Lo del arreglo de la torre del Ayuntamiento de Guadalajara alcanzó muy pronto categoría de síntoma. En su posterior desarrollo, lo ha ido confirmando como si los responsables de la cosa quisieran no tanto arreglar un desperfecto como regalarnos una metáfora.
Este miércoles terminaban de llevarse los últimos andamios, esos que han sujetado los telones que escondían la torre y su reloj.
Por ahora, las agujas siguen inertes y la ciudad aún no oye las campanadas que desde hace más de un siglo han marcado las horas y los cuartos, como latidos de corazón.
Guadalajara tiene una tendencia cierta a que se le pare el reloj. Como si la modorra fuera una circunstancia sociológica inherente a este punto concreto del planeta, ni siquiera con taquicardias urbanísticas como las actuales y al borde de los 100.000 habitantes se puede decir que el pulso acelerado sea señal de que corremos más que arrastrarnos. Alterados pero estáticos. O extáticos, a lo teresiano.
Los últimos alcaldes, tan distintos y tan distantes entre sí, se fueron asomando a los desarrollos de Aguas Vivas con la esperanza de pescar en esos crecientes caladeros electorales. Hasta ahora tampoco han sido tan decisivos, ni en eso.
Allí las grúas no las ponen ellos, sino los promotores privados que esperan ganar dinero vendiendo a los nuevos pobladores unos cuantos metros cuadrados donde poner sofá y cama a cambio de hipoteca. Lo de siempre, aproximadamente.
Guadalajara crece, sí, pero no porque se planifique sino a pesar de su falta de adaptación tangible a cada tiempo concreto. Sabemos que es imposible. Tanto lo sabemos, que ya nadie aspira a corregirlo sino a parchearlo. En eso, vivimos de la herencia de Irízar y Bris. Ya nos vale. ¿Para cuándo su homenaje?
Un año ha hecho falta para cambiar los hierros de lo alto de la torre y arreglar la escalera que permitirá subir a poner en hora los relojes sin riesgo para el relojero.
Un año casi sin salón de plenos, a la espera de que arreglen la gotera que inutilizó la estancia más solemne de todas las Casas Consistoriales.
Quince años anunciando unos toldos veraniegos para la Calle Mayor, que se siguen anunciando pero no llegan.
Lustros prometiendo una Estación de Autobuses decente, que no se arregla.
Décadas ya viendo la cárcel del Amparo cayéndose a pedazos y sin proyecto.
El Parque Móvil, abandonado frente a una futura residencia de ancianos en lo que fue hospital y que para alguno será negocio.
El Fuerte, hundido.
El AVE, lejos y absurdo, sin arreglo.
Cercanías, administrando lejanías con un trayecto hasta Madrid que tarda más que en la época del ferrobús.
Y así, con casi todo.
Nos salvará el encierro, con el absurdo e innecesario empeño de su nuevo recorrido, que para eso sí que hay plazos más rápidos y que se tienen que cumplir.
Para ese día, seguro que ya el reloj del Ayuntamiento ya funciona y a las ocho dará las campanadas, mientras «El Rubio» lanza el cohete y sale la manada para que los veamos cómodamente desde la televisión.
Poner a Guadalajara en hora, sin embargo, es otra cosa.
