La primera noticia del partido entre el Deportivo Guadalajara y el Barcelona llegaba antes de que echara a rodar el balón.
La grada supletoria, montada en los días previos y con capacidad para 2.000 espectadores, no contaba con el visto bueno de los técnicos del Ayuntamiento de Guadalajara hasta minutos antes de las nueve de la noche, según el horario oficial fijado para haberse iniciado el duelo de la Copa del Rey.
Al final, con un gran malestar en el exterior, tardaron en abrirse las puertas, por las causas antes descritas. Tiempo suficiente también para que la política se metiera por medio y que hubiera quien quiso sacar rédito inmediato con mensajes en las redes sociales en contra de la gestión del Ayuntamiento en este caso.
Para alivio de todos, la media hora de retraso que se había acordado para resolver el problema fue suficiente y los dos equipos saltaron al césped poco antes de las nueve y media.
A partir de ahí, el deporte fue el que tuvo la palabra, relegando a un segundo plano la tensión en los despachos.
Un primer tiempo a cero
Con Lamine Yamal (siempre pitado) y el resto de estrellas azulgranas sobre el terreno de juego, la abrumadora posesión de la pelota no fue suficiente para que el marcador se moviera. Muchos centros y mucha insistencia, pero sin éxito.
El primer objetivo de los morados, resistir, estaba conseguido.
La resistencia se mantuvo hasta el minuto 75 setenta y cinco minutos y la prórroga, que con tanta insistencia se perseguía, no fue necesaria.
Primero fue Christensen a centro de De Jong el que abrió de cabeza el marcador.
El arreón final del Dépor fue de los que guardarán en la memoria de los espectadores, culminado en un disparo de Salifo Mendes que pudo cambiar la historia. Un paradón de Ter Stegen lo evitó.
El 0-2, al filo del minuto 90, ya era sólo una anécdota como colofón de un partido histórico.