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26 noviembre 2025
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Albi, entre ladrillos, palomas… y muchas agradables sorpresas

Andar, caminar sin rumbo o con él, ver, mirar, escuchar, sentarse, paladear el ambiente, sosegarse o animarse a hablar y reír con los locales. Eso es lo que te ofrece la ciudad francesa de Albi... y lo que te explicamos en este amplio reportaje de "Ideas para Viajar". Como siempre, en LA CRÓNICA.

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Albi es una ciudad corta de nombre y larga, muy larga, en historia e historias.

Ciudad digna de ver y disfrutar, se encuentra en Occitania. Más exactamente, al oeste de Toulouse, por encima de los Pirineos y lejos, por la parte atlántica, de Burdeos y su zona de influencia. Está en medio de una Francia diferente, con magníficos servicios, una población que ronda los 50.000 habitantes y sin el tráfago turístico de otras capitales más al sur. Además, es la puerta de entrada para recorrer un puñado de encantadores pueblos medievales y andar caminjos por paisajes únicos, como los del Aveyron. Privilegios de quien sabe elegir bien sus destinos.

Albi es la capital del Tarn, el departamento que toma nombre del río que fluye por allí.

La mejor forma de llegar es en avión, en vuelo directo desde Madrid con Air Nostrum, en un viaje que no dura ni una hora y que te deja a la vera de los belugas de Airbus descansado y listo para empezar nuestro periplo.

Cuando el periodista llega y se planta en el centro de la ciudad, allá por el mes de septiembre de 2025, lo primero que se encuentra es un nutrido grupo de alegres lugareños que miran, en familia, por unos pequeños telescopios que no apuntan al cielo sino a las paredes de la catedral.

No buscan las estrellas, sino disfrutar con las evoluciones de los halcones.

A estas aves, tan queridas para la cetrería desde la Edad Media, no les falta que cazar y que comer, pues las utilizan aquí para intentar controlar la población de palomas. Tienen mucho trabajo por delante.

Albi es conocida como la ciudad roja, a diferencia de la antes citada Toulouse, que es la ciudad rosa.

Lo de Albi le viene por el uso intensivo del ladrillo, catedral incluida.

Aquí, las palomas se centran en comerse literalmente los ladrillos, haciendo hueco así para vivir en las alturas, ya sea en los muros episcopales o en los arcos de los puentes. Allí se aparean, crían y ven pasar el Tarn, que todo lo preside.

Palomas y callejas

Albi es brique, como se dice en francés lo que para nosotros sería el humilde ladrillo, porque es historia y es la consecuencia, por pura lógica instrumental, de aprovechar el arcilloso terreno de los contornos.

Son ladrillos medievales muchos de ellos y enormes casi todos tomados de uno en uno, pues nos muestran sólo su grosor pero no su profundidad, que da para levantar con ellos todos estos muros a prueba del tiempo y de las guerras, que de todo ha habido.

Y no hablamos sólo de las grandes obras, sino también de lo que ha perdurado en los siglos de esas casas donde han vivido los albigenses en los últimos mil años, como las que dan ese carácter único a barrios como el de Castelnau. Ojo al dato: porque si ese barrio es puramente medieval, más lo es todavía el Castelviel y sus casas con entramados de madera. Un camino que puedes prolongar en la Place Savène.

Son fachadas que, al final, terminan reproduciéndose a escala incluso en los imanes para frigorífico de las tiendas de souvenirs. Superan incluso esa dura prueba.

Pero el recuerdo que nadie puede venderte, porque es algo reservado sólo para ti, es el de respirar unas calles vivas, mantenidas siglo tras siglo, desde el medievo a la hacendosa burguesía del XIX, esa que te vendía muebles a pocos metros de donde los obispos comerciaron mucho antes con las dispensas. O el industrioso que te montaba una fábrica de espaguetis donde ahora se alza un hotel esplendoroso, el Mercure Albi, con unas vistas hacia el río de las que no se olvidan, por variadas e impresionantes.


El río Tarn: lo cruzas y se cruza ante ti

Hablamos del Tarn y hablamos de Albi, porque este río asoma tras cualquier esquina cuando caminas por la ciudad antigua.

Como se puede comprobar más abajo, el placer se multiplica para el fotógrafo en los aledaños del Puente del 22 de Agosto de 1944, a cuya vera se encuentran Les Moulins Albigeois, ahora reconvertidos en el antes citado hotel.

Desde allí, los encuadres se multiplican casi hasta el infinito, diferentes según la hora del día y distintos también según las nubes se vayan o se queden.

Otro tanto ocurre desde el Puente Viejo y también desde el Puente Nuevo, este último flanqueado por una modernísima pasarela que tiene dos virtudes: no ha sido diseñada por Calatrava y apenas se la distingue desde la distancia.

La pasarela de Albi. (Foto: María Alonso / La Crónic@)
La pasarela de Albi. (Foto: María Alonso / La Crónic@)

Se ha convertido la passerelle en un agradable lugar de paseo, al modo habitual de cualquier ciudad provinciana que se precie, incluida las españolas, con mucha gente feliz bajo el sol. Por arriba, de vez en cuando, pasa algún tren.

Para los más navegadores, y para las familias necesitadas de amansar niños, hay gabarras que te llevan de excusión por el río.


La catedral de Albi: grande por fuera, restallante por dentro

Santa Cecilia fue mártir, en los tiempos en que ser cristiano era una condena a muerte, también para los de alta cuna. La redención prometida animó a muchos a dejar el culto a Mitra y a los Lares, los Penates y los Manes.

Un milenio después, llegaría esto… bajo la advocación de Cecilia.

La catedral se empezó a edificar en 1282, cuando el Papa de Roma andaba en guerra contra la Corona de Aragón, por un quítame allá un puñado de poder en Sicilia.

La terminaron en 1493, cuando los españoles ya habían llegado a América y en Europa todavía ni siquiera se imaginaban lo que eso podía suponer. Contrastes de la Historia.

Pero para contraste, el que presenta y provoca este inmenso edificio en quien lo visita, al contraponerse la sensación que uno tiene en el exterior de la catedral de Albi y las cataratas de sentimientos que le invaden al pasear por el interior, apabullado ante tanta grandeza.

Es, no olvidemos, la catedral de ladrillo más grande del mundo y, por dentro, la catedral pintada más grande de Europa.

La galería gráfica que acompaña estas líneas refleja en parte, sólo en parte, lo que nos encontramos allí, cuando franqueamos el acceso gótico al templo, nos sentamos ante el Juicio Final, paseamos por el coro y el trascoro e intentamos no perder detalle de un templo insólito.

Con el andar de los tiempos, por la necesidad de hacer una capilla justo al pie de la gran torre, al fresco del Juicio Final se le hurtó la parte central y con ello, se propició un sindiós teológico considerable, al menos para este que les escribe: ahí esta casi todo, pero falta el Juez Supremo, que cayó bajo la piqueta y, suponemos, espera desde la alturas celestiales el momento de ajustarle las cuentas a quien lo ordenó, al final de los tiempos. En su lugar vemos la mitra y el escudo episcopal, que ese no falta y orienta sobre la identidad del causante.

Alguien del lugar explica, como a modo de disculpa, que las estatuas de los profetas que circundan el coro las van restaurando poco a poco, por falta de presupuesto. Si no lo hubiera mencionado, tampoco habríamos caído en ello, embriagados con tanta belleza.


Palacio de La Berbie

Al lado de todo lo anterior, el antiguo palacio episcopal, el de La Berbie, no desmerece, en un tono sustancialmente diferente.

Sus primera piedra, o ladrillos por mejor decir, datan del siglo XIII, cuando en el no muy lejano Aviñón todavía no habían encontrado acomodo los papas.

Por sus trazas se ve claramente que sus promotores eran, aun siendo religiosos, esencialmente un poder muy terrenal y necesitado de ostentación y seguridad.

Es en realidad un castillo junto a una catedral, tirando a borgoñón e incluso renacentista. Para evitarse errores o problemas en caso de asedio, algunos muros tienen hasta siete metros de grosor… lo que da margen para mucho devoro de las palomas, afortunadamente.

Los jardines de asoman al río y nosotros nos resguardamos a la sombra, justo antes de entrar para discurrir por la parte del palacio episcopal que ahora se dedica a un pintor pequeño de talla pero gigante de valía. Seguro que ya se hacen una idea de quién hablamos…


Saint Salvi, belleza a cualquier hora

Pero antes de encontrarnos con Toulouse-Lautrec, paseemos un poco más.

El casco antiguo de Albi favorece sorpresas como la Saint Salvi, con su claustro tan cambiante a lo largo del día. Es un hito más en la parte más antigua de la ciudad, pero también uno de los más singulares.

Al caer de la tarde, se llena de turistas que asientan sus posaderas en busca de descanso.

Por la mañana, nadie.

Entre medias, el juego de las sombras y una paz casi monacal que invita a asomarse también al interior de la iglesia.

Antes de entrar, un letrerito ilustrado enseña al que no sabe cómo hacer para persignarse correctamente. Es lo que vamos teniendo…


Toulouse-Lautrec bien merece un museo

Más conocido como cartelista que como pintor y más aún por sus andanzas parisinas que por haber nacido en Albi, a Toulouse-Lautrec se le suele querer incondicionalmente. Después de conocer su museo en esta ciudad, la admiración crece aún más.

Tras recorrer las salas, el viajero se echa al morral una buena dosis de aquella época gloriosa de París, entre absenta y sífilis. Los pudibundos de hoy lo considerarán poco recomendable, pero lo cierto es que en las alturas de Montmartre encontró tierra fértil el arte europeo durante varias décadas.

La vida le duró poco a este artista. Lo suficiente para hacerse inmortal.

Andar, comer, dormir…

Albi es mucho Albi, tanto para el que se atreve a intentar conocerlo en un sólo día como para quienes se toman varias jornadas, paso a pie.

El Mercado cubierto es de 1905 y, aun siendo centenario, goza de buena salud. Además, acoge al caminante, le alimenta y le ofrece un techo, si llueve.

Sin embargo, para comer, rozando el cielo, nada mejor que el Mira Rooftop, en la terraza del Grand Théâtre (recomendado aparcar justo debajo, en el parking de Cordeliers, muy barato). Llegados a la cuarta planta, lo mejor es dejarse llevar por la amabilísima jefa de sala, aceptar el menú del día (también a un precio ajustado para lo que se acostumbra) y disfrutar tanto de la comida como de la decoración y las vistas, que se intuyen detrás de la malla que rodea el exterior. Para explorar más, puedes elegir algo de entre la carta o animarte con la coctelería. Tienes margen. Aprovecha.

Para dormir, ya habrá deducido el lector que vamos a recomendar el hotel Mercure «Rives du Tarn»… y no sólo por sus vistas. Buen restaurante, magnífica terraza de día y de noche, habitaciones amplias con una tarifa bastante contenida para lo que ya es norma en toda Europa… En las imágenes que se acompañan tienes ejemplos de cómo es una doble, con vistas a dos fachadas, así como algo de su gastronomía. Intachable.

Y todo, después de lo mucho comentado, para volver al auténtico placer de Albi: andar, caminar sin rumbo o con él, ver, mirar, escuchar, sentarse, paladear el ambiente, sosegarse o animarse a hablar y reír con los albigenses.

¿Se nos ha olvidado hablar de antiguas herejías? No, porque ha sido a propósito.

La mayor herejía, en este siglo XXI que tan rápido avanza delante de nuestros ojos sería no disfrutar de Albi. En Albi.


  • Un reportaje de LA CRÓNICA realizado con la colaboración y el apoyo de Turismo de Occitania, a quien agradecemos profundamente la ayuda prestada.
  • Con el aval y el asesoramiento de Atout France España.

Más información:

• Sobre Albi:

Oficina de Turismo de Albi

• Sobre Occitania:

Web oficial de Turismo de Occitania (en español)