Fue a mediados del pasado mes de febrero, en este 2025 que aún no ha terminado, cuando se repuso el tridente del Neptuno para que el Dios de las Aguas tuviera en orden sus atributos.
Se sabía que podía ser un arreglo temporal, un plazo fijo a merced de lo que decidieran los gamberros de turno. En esto pasa como con Trump: la barbaridad siempre llega, antes o después… y casi siempre pillándote con la guardia baja, desprevenido.
Para baja guardia esa que le ha quedado a la escultura del Jardinillo.


A diferencia de lo ocurrido en otras ocasiones, el tridente no ha sido arrancado. Los energúmenos se han conformado con doblarlo, lo cual requiere tanta fuerza como burricie.
Así era como yacía en la mañana de este martes, primer día laboral después del largo puente. Todo, ante la indiferencia del personal, que tiene difícil darse cuenta desde la Calle Mayor de lo ocurrido, ya que la vista tiene más entretenimientos y armatostes más cercanos que ese recodo lejano y escondido en que se ha convertido la estatua y la fuente, triste, que le acompaña.
A mediados de 2024 se terminaba la restauración del Neptuno, que llevó su tiempo y a la que se dedicó un dinero que parecía bien empleado, puesto que quedaba limpio y casi a estrenar… algo digno del mármol de Carrara sobre el que se esculpió esta obra de arte cinco veces centenaria que algunos prefieren martirizar con su incivismo.
A esos pájaros no les ha sabido echar el guante ninguna autoridad, uniformada o no.
A los otros pájaros, los que dejan la piedra blanca teñida del negro de sus excrementos, parece más complicado ponerles freno ni coto, constatada su creciente superpoblación.
Una cagada, la de unos y otros y los de más allá, que se repite impunemente.
Y así, hasta la siguiente.
