Nos asomamos al mundo sin desasirnos jamás de nosotros mismos. Cosas de la humana condición, sobre las que tampoco hace falta divagar demasiado.
Estamos encerrados dentro de nuestra piel y, a lo sumo, buscamos el calor y las caricias que nos puedan llegar de otros mundos tan aislados como el nuestro.
Como sin darnos cuenta, nos asomamos desde el doble balcón de los ojos y miramos, como si atrapando con la vista, poseyéramos.
Hay veces en que te estremeces, al saberte mirado cuando miras, ojos contra ojos, más allá de lo que la urbanidad consiente.
Esa mujer te mira todos los días, desde sus ojos negros.
No es guapa, pero la insistencia de sus pupilas en perforarte te acompaña al comienzo de cada día y es algo que te atrae.
¿Llegará a hacerse costumbre y, con ello, perderá el encanto de lo que empezó siendo un encuentro inesperado?
Seguramente, no.
Cualquier día de estos, los operarios de la agencia de publicidad pasarán por aquí y retirarán el cartel de la chica del anuncio. Le arrancarán la piel a tiras, puro papel, y quizá nadie se duela de la pérdida.
Quede aquí su recuerdo preventivo. Todo lo que es acaba por no serlo.
Dejarás de mirarme. Dejaré de pensarte y seguiré andando, camino de otro día.
