El Ayuntamiento de Guadalajara se toma su tiempo para sus cosas. Eso es algo comprobable y que ha vuelto a demostrarse en este 31 de julio de 2025, que el santoral dedica a San Ignacio de Loyola.
Hoy, Ana Guarinos ha hecho «visita de obra», con casco y con ánimo para subir por las angostas escaleras hasta lo más alto:
Se anunció en julio de 2024 que era necesario el arreglo de la torre de las Casas Consistoriales, por un supuesto riesgo de «colapso», si aceptamos el anglicismo.
La «Operación Salvamento» se inició el 13 de agosto del pasado año.
En junio de 2025, por fin terminada su ejecución y sin que hubiera que lamentar desgracias ni materiales ni personales, se procedió a quitar el andamio que la tuvo oculta de la vista de los vecinos durante casi un año.
Desde entonces, lo que muchos han echado en falta han sido las campanadas del reloj, pues ni las horas ni los cuartos han vuelto a sonar como lo hicieran durante más de un siglo de de existencia de este histórico mecanismo.


Campanas sin campanadas
¿A qué se ha debido ese retraso? Aclaremos sin más demoras que no hay ninguna razón técnica para tan prolongado silencio.
En su día, un informe técnico atribuyó a las vibraciones de las campanadas parte del riesgo latente de hundimiento de la torre por la precariedad de la estructura. Llevado a cabo el meticuloso arreglo, ya no había riesgo ni necesidad de esa prevención.
Este jueves han vuelto a sonar las campanadas, como ha comprobado LA CRÓNICA, coincidiendo con el día elegido para que la alcaldesa de Guadalajara, Ana Guarinos, presente oficialmente ante los periodistas el resultado de esta obra, que ha costado 300.000 euros a las arcas municipales.
En el último pleno se cerró la cuenta de ese gasto, al aceptar los concejales por unanimidad que la Corporación se haga cargo de dos últimos suplidos por imprevistos, con importe de 19.612 y 13.783 euros, respectivamente.

Un cimborrio oxidado sobre una escalera inestable
La torre del Ayuntamiento de Guadalajara requería de reparaciones, que se consideraron urgentes y que en principio se creía hacían necesario el desmontaje de su cimborrio metálico, incluidas las campanas, así como del reloj y su más que centenario mecanismo. No se llegó a eso, pero el trabajo ha sido muy laborioso.
En martes y 13 se iniciaba el montaje del andamio, que se iba a mantener solo para tres meses. Casi un año ha sido necesario para que esos andamios desaparecieran de la Plaza Mayor.
Responsables del proyecto y de su ejecución destacaron a este diario que todas las partes corroídas se retiraron, una tras otra, para ser restauradas en un taller y puestas de nuevo en su lugar de origen.
Incluso sigue en su sitio la histórica alarma que avisaba a la población de los bombardeos durante la guerra civil. Esa que es mejor que no vuelva a sonar.
