La ciudad es una galería de estorbos urbanos, entendiendo por tal aquello que es inútil y que ocupa un espacio –que es de todos– con la única excusa del olvido o de la incuria, palabra un poco pedante pero atinada.
Este que traemos hoy aquí es un ejemplo de involuntaria coherencia: un automóvil que ha ido a morir, por sus propios medios, a las puertas del cementerio. Se ha quedado en uno de los muros que rodean el camposanto, a la espera de desaparecer hasta lo esencial víctima de los gamberros, que no conocen vacaciones.
Este Renault Laguna conoció tiempos mejores y ahora desconoce lo que es un cristal entero y verdadero: a golpes han desaparecido todas las ventanillas, así como los faros. El parabrisas se ha convertido en un campo de batalla, con alguna gran piedra testigo de la dureza del cristal laminado.
El interior, pura desolación.
Fuera, un aparcamiento que permanece sin zona azul en la capital de provincias que pronto se llenará de plazas de pago, a mayor gloria del concesionario.
Mientras, la grúa municipal que debería haberlo retirado sigue con su contencioso particular, que implica a los trabajadores del servicio, a los concesionarios, a los partidos y a los cargos públicos ante la mirada atenta de los funcionarios… todos juntos viendo cómo lo que está en precario en precario se mantiene por los siglos de los siglos.
Y el coche, destrozado e inmóvil sin nadie que se lo lleve para acabar con el espectáculo de la muerte mecánica al lado de quienes descansa para toda la eternidad de tanta humana tontería, al resguardo de sus lápidas.
En Guadalajara, a 10 de agosto de 2025.