Joaquim Bosch atiende a LA CRÓNICA pocos después de salir del Juzgado. A diferencia de lo que ocurre con tantos otros personajes conocidos en España, en este caso nuestro entrevistado se sienta presidiendo la sala, no en el banquillo.
Rostro familiar por sus reiteradas presencias televisivas, el juez Bosch anda de gira promocional de su último libro, «Jaque a la Democracia. España ante la amenaza de la deriva autoritaria mundial». Lo presentará este jueves en Guadalajara, a las siete y media de la tarde en el Centro Cultural Ibercaja, bajo los auspicios de la Fundación Siglo Futuro.
«A los tres meses, ya estamos por la cuarta edición del libro. En la mayoría de las presentaciones hay salas llenas y en los coloquios, personas que lo han leído y hacen su propia interpretación», anticipa satisfecho el magistrado.
- ¿No está algo sorprendido, íntimamente, de que además de verle en televisión, le lean?
- En un mundo con multitud de impactos en los distintos formatos virtuales no deja de ser llamativo lo mucho que la gente sigue leyendo… y en papel. Pero es un hecho.
- ¿Cómo encaja su faceta de ensayista en su día a día, a caballo entre los juzgados y los estudios de televisión?
- Yo trabajo en el juzgado todos los días y podríamos decir que en los ratos libres me dedico a las cuestiones que me apasionan. Llevo años ya analizando problemas institucionales de nuestro país y, de un modo especial, los peligros para el sistema democrático.
Hay una diferencia entre esos ámbitos personales. En el juzgado, resuelvo los conflictos jurídicos que se me aportan. En televisión, también suelen buscarme para que aclare cuestiones jurídicas, porque vivimos en una sociedad cada vez más judicializada. Y cuando escribo un libro, además, lo hago muy libremente y abordo cuestiones que a mí me interesan. Son tres enfoques diferentes, sí. - Usted, a quien se encuadra dentro de las corrientes progresistas españolas, parece aceptar e incluso añorar el globalismo que tanto denostó la izquierda durante años.
- El globalismo es una realidad indiscutible que hay que gestionar. Vivimos en un mundo interconectado en el que lo que pasa en una parte afecta al resto. Lo que deben rechazarse son las derivas internacionales que son antidemocráticas, la posibilidad de exportar formas políticas que vayan contra el Estados de Derecho, que se no acepten los contrapesos institucionales, que se puedan manipular los mecanismos electorales… Todo eso es lo que está ahora en juego en el mundo: comprobar si la democracia liberal puede mantenerse o va a ser sustituida por sistemas como el que hay en Hungría, considerado desde hace años como el país más corrupto de la Unión Europea.
- Pues hablando de contrapesos institucionales, en España la crítica al actual Gobierno suele ser esa, la de que Pedro Sánchez está cruzando demasiadas líneas rojas para gobernar sin limitaciones. No sé si usted está de acuerdo con esa crítica.
- Los dos principales partidos de España han colonizado de manera reiterada y en las últimas décadas los espacios de contrapeso. Se reparten por cuotas el Consejo General del Poder Judicial, con todo el efecto que eso genera en el Tribunal Supremo o en otros altos tribunales del país; pero también ocurre lo mismo con la Fiscalía General del Estado, el Tribunal Constitucional, el Tribunal de Cuentas y el Defensor del Pueblo, entre otros.
Ese problema llega a su máxima gravedad ahora con la imputación que tenemos del fiscal general del Estado. Es difícil separar el asunto jurídico que hay detrás, que sin duda debe valorarse, de la batalla política. Deberían hacer una autocrítica esos partidos porque, precisamente, los partidos son esenciales en una democracia pero no pueden ocupar todos los espacios que están diseñados para vigilar los abusos de poder. Ese es un debate que tenemos pendiente en España. - Reiteradamente se sitúa como una especie de ariete contra la corrupción. ¿Por qué no entró en política, para combatir la corrupción desde dentro, cuando tuvo oportunidades para hacerlo en 2015, hace ya una década? ¿Se arrepiente de no haber dado ese paso?
- No me arrepiento. Hay muchos aspirantes a cargos políticos de todo tipo. Si fuera imprescindible mi presencia lo mismo me lo pensaba… pero sabiendo que el sistema nunca fallará por falta de candidato, me quedo más tranquilo.
Creo que es importante que dentro de la propia judicatura haya quien alerte de los problemas del propio sistema judicial, de las graves patologías institucionales como la corrupción, las disfunciones dentro del Estado de Derecho… Eso es importante si se hace desde la independencia de criterio. Si yo me implicara en actividades políticas partidistas es evidente que mis opiniones quedarían contaminadas. Me siento más cómodo tutelando los derechos fundamentales de la ciudadanía desde mi puesto de trabajo y explicando luego opiniones sin ninguna proximidad a fuerzas políticas concretas. - Desde esa independencia, ¿nos puede usted valorar cómo es la situación actual del Poder Judicial en España?
- Tiene dos graves problemas. El primero, la falta de medios, con muchos juzgados trabajando a más del 200% de la carga que pueden soportar. Estamos a la cola de Europa en número de jueces y a la cabeza en números de corruptos, una contradicción muy importante. Podríamos decir que los jueces perseguimos en bici a corruptos que escapan en Mercedes. Eso explica en parte por qué no acaba de solucionarse el problema de la corrupción en España.
En segundo lugar, un problema muy importante, como nos reprocha cada año el Consejo de Europa en sus informes, es que en la cúpula judicial hay muchas injerencias de los principales partidos, lo cual afecta a la propia credibilidad de nuestro sistema de justicia, al menos en su parte alta. Sería aconsejable que los partidos dieran un paso atrás.
Esta politización de la cúpula judicial es muy negativa en la lucha contra la corrupción, que en España es esencialmente grave en la política, con unos niveles sin equivalente en otros países. En otros ámbitos, como la judicatura o la Policía o entre los funcionarios puede haber corrupción, pero está en niveles bajos. - Asociamos corrupción a política, de acuerdo. ¿Qué opinión le merecen entonces sus colegas que entran en política, en un viaje de ida que a veces también es de vuelta, para volver luego a vestir toga?
- Creo que es una opción respetable para quien quiera darla. Los jueces somos juristas muy formados y en las instituciones se elaboran leyes y reglamentos o cualquier otro tipo de normas, por lo que está bien que haya profesionales cualificados.
Lo malo es que al volver a su puesto de trabajo pueden generarse problemas serios de apariencia de parcialidad. En este sentido, pìenso que se deberían reforzar los mecanismos de recusación y abstención para que el juez que vuelva después de haber pasado por la política no pueda asumir causas que de forma directa o indirecta guarden relación con el ámbito político o institucional.
