Al igual que un explorador perdido en el desierto, que nunca parece alcanzar el oasis que ve en la distancia (y que suele ser un espejismo), Alberto Núñez Feijóo no terminaba de alcanzar el coche del partido que estaba aparcado junto a la verja de Adoratrices para devolverle a Madrid tras su paso por Guadalajara.
Frisaba la una y media de la tarde y aún quedaba un penúltimo selfie. Siempre hay una foto más en la vida de un político, ya se sabe.
Quizá uno de los momentos más gratificantes acababa de suceder, cuando un chavalín con la camiseta de la selección española de fútbol se acercaba hasta el político gallego, con evidente intención de fotografiarse con él.
«Cómo no me voy a hacer una foto con esa camiseta que llevas puesta», le respondió divertido el presidente del PP. Al momento, el crío se vuelve y le extiende la mano, dejando atónito a Feijóo: «¿Le puedo dar la mano?». No había terminado de pronunciar la frase y ya la tenía estrechada.
A partir de ahí, Paco Núñez sometió a un rápido (y sonriente) interrogatorio al chaval.
Así, los muy escasos periodistas que aún aguantaban por allí, como es el caso de LA CRÓNICA, pudieron conocer que el niño es alumno de las Francesas y, sin saberlo, compañero de una de las hijas del rival de García-Page en esta tierra. El mundo es un pañuelo. Guadalajara, más.
Así terminaba el paso de Alberto Núñez Feijóo por el parque de San Roque el 13 de junio de 2025.








Feijóo, orador en cuarto creciente
Más de veinte minutos antes, exactamente a las 13.07, daba por terminada su intervención, en la cual el pretendiente a la Presidencia del Gobierno había dedicado prácticamente todo su tiempo –el que va desde las 12.46 a las 13.04– a diagnosticar la enfermedad de la ludopatía que padecen algunos (o muchos) políticos o, con sus propias palabras, a cargar contra «los que roban» a los españoles.
Feijóo se presentó en la capital alcarreña con camisa de manga larga, vaqueros y zapatillas deportivas con bastante kilometraje a cuestas. Las gafas las perdió hace tiempo, algo a lo que él parece más acostumbrado que todos los demás. Son muchos años de verle detrás de unos anteojos.
Desde ese rostro despejado de hijo del baby boom habló a un auditorio formado en buena medida de coetáneos y, sobre todo, salpicado de políticos de su partido en todas las configuraciones posibles: cargos nacionales en ejercicio, diputados regionales, alcaldes de esta y otras provincias de la región, jóvenes con ganas de aprender desde Nuevas Generaciones y muchos otros, ya casi anónimos, que fueron en tiempos y ya no lo son.
Especialmente entrañable resultó ver a José María Bris agarrado al brazo de Antonio Román para salir airoso y sin ningún traspié de los alrededores del restaurante «Botánico», que es donde se había organizado el evento.
Los que nos estaban eran los patos del estanque, necesitado de un buen repaso.
Desde la escuálida lámina de agua hasta las puertas del restaurante, unas 300 personas atendían la palabra del líder o echaban la mañana, según los casos. Al fondo, algunos periodistas hacían caso de las mesas reservadas para sus ordenadores y seguían el asunto desde la distancia.
Cuando andabas por ahí, observabas que la única bandera de España cubría la espalda de una señora con permanente. Colores rojigualdas que apenas se veían más allá de algún abalorio, como la pulserita de la guardaespaldas de Feijóo, vestida con traje de color «azul servicio secreto» y tan espigada que no pasaba desapercibida.
¿Veinte minutos de selfies son muchos o pocos? Fueron bastantes, si se tiene en cuenta que hasta le formó disciplinadamente el Grupo Popular del Ayuntamiento de Guadalajara a la sombra de uno de los grandes árboles que aún resisten en el más que centenario parque. Zafarse de las ancianas y de sus besos ni se planteaba: no es que resultase complicado, es que era imposible.
Para dejar todo en orden, el propio Núñez Feijóo se acercó al final del final del final del acto a saludar a varios de los agentes del servicio de seguridad que la Policía Nacional había dispuesto, con un vehículo bien visible frente a la entrada de la piscina municipal y otro junto a la ermita.
Entre medias de todo esto, el mayor protagonista se empeñó desde el atril en descalificar tanto a los que gobiernan sin experiencia como a los que lo hacen con las manos sueltas. De eso damos cumplida reseña en otra información.
Detrás de ese atril, y al resguardo de las cámaras, los pies de Alberto Núñez Feijóo no paraban quietos. Tan pronto se asentaban en ángulo de 45 grados como se juntaban, en un baile inesperado que ninguno vio si no estaba cerca para observarlo.

Lo que sí quedó para todos, a través de la generosa megafonía, fue una oratoria bien trabada y que certifica que, en eso, progresa adecuadamente a sus 63. Oírle animaba comedidamente a un cierto entusiasmo por el tono mitinero aplicado este viernes, frente a la escasamente briosa alocución de la víspera en Génova, 13 con aires de funeral de Estado.
Entre la agitación y la melancolía es como andamos, aproximadamente, todos los españoles.
