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26 noviembre 2025
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AUGUSTO GONZÁLEZ PRADILLO / Los cojones de Pedro Sánchez

Las gónadas y el poder unidos, como en Asiria y como si el futuro al que estamos destinados fuera un salto atrás de 5.000 años. Asurbanipal tiene heredero en Pedro Sánchez. Pasan los años pero los cojones permanecen, en rigurosa aplicación de una inexorable ley de la Física política.

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Así que la realidad era esta, válgame Dios. Tantos años promoviendo el lenguaje inclusivo para que los ciudadanos y las ciudadanas escaparan del machirulismo militante con billetes gratis a una realidad paralela cuidadosamente diseñada… y la única verdad estaba en los cojones del presidente. Soez, pero exacto. Todo concentrado en la esencia del macho.

Lo ha desvelado «El Mundo» este domingo, con un surtido de mensajes recuperados entre Pedro Sánchez y su íntimo José Luis Ábalos. Buenos compadres los dos.

Las gónadas de Su Excelencia, como en cualquier novela caribeña de Vargas Llosa, son las que han marcado realmente el ritmo de este país y no los asesores de La Moncloa, pobres ingenuos.

Es en el ya lejano 2020 cuando su jefe le encarga a Ábalos que, junto con Santos Cerdán, se ocupen de Emiliano García-Page. En el cine, lo habría filmado Coppola en una cuarta entrega.

En este caso, el arrebato vino por una entrevista en «La Razón» que el propio Sánchez califica de «vomitiva». Les insta a sus hombres de confianza a «pegarle un toque» al toledano «para que deje de tocar los cojones». Las gónadas y el poder unidos, como en Asiria y como si el futuro al que estamos destinados fuera un salto atrás de 5.000 años. Asurbanipal tiene heredero.

Pasan los años pero los cojones permanecen, en rigurosa aplicación de una inexorable ley de la Física política. Cualquiera ya nos lo maliciábamos de quien ejerce el poder a base de decretos, evitando al Congreso, como Trump lo practica con órdenes ejecutivas que obvian al Capitolio.

El empeño de García-Page de tocar «El Campanillero» en la entrepierna presidencial es parte de la agenda política española, no nos engañemos. A ver si algún día se acaba el entretenimiento y nos dedicamos, todos, a lo que realmente importa, camino como vamos de un país con 50 millones de habitantes. No se barrunta que sea fácil.

Aun así y mientras tanto, intentaremos sobrevivir a un presidente al que tan pronto le hurga el moro en su teléfono móvil como se le aventan desde los kioscos los mensajes de WhatsApp, tal que una quinceañera acosada en el instituto o un gañán que se trafulla con las teclas y le manda a la legítima un mensaje destinado a la querida. Un reflejo más de que tenemos una política más propia de adolescentes hormonados o de sumisos garrulos sin reaños que de hombres de Estado, terreno abonado para que mande más un par bien puesto que un sólido argumento. No se los toques, por si acaso.

A ver si va a resultar que todo esto tiene su origen en la religión, ahora que los católicos estrenan un León XIV de indefinida ideología y trasversales esperanzas. Porque es bien sabido que nuestro presidente no va a una misa ni aunque sea funeral. No consta si en sus años infantiles acudió a catequesis y sabe o recuerda el ordinal del mandamiento de la Ley de Dios que prohíbe mentir (es el octavo) del mismo modo que muchos de su entorno ignoran que el séptimo manda no robar o que el sexto es el que anima a mantener tranquila la bragueta.

Y no sigamos bajando porque llegamos al quinto, que asusta mucho más.

De haber ido a catequesis, el niño Pedro habría escuchado aquello de que «Dios te ve». Siempre. A todas horas. Cuanto tocas a Purita y cuando te tocas tú. Todo lo ve, desde lo alto. Lo que piensas y lo que haces. Casi como un sultán marroquí con software de Israel, por facilitar un ejemplo que cualquiera pueda comprender.

De haberlo sabido, ¿habrían sido más prudentes él y sus cojones?

Demasiado tarde para saberlo.

Esto se acaba pero no se acaba nunca. El último, que apague la luz.

Antes, a ser posible, del próximo apagón.

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