¿La cercanía entre suabos y suevos va más allá de las palabras?
Los nacionalistas que aún quedan en el siglo XXI, agarrados como pueden a su sinrazón, podrían incluir en un triple salto mortal sin red a Suabia entre los países sin Estado, como ya hacen con Bretaña o Cataluña, por poner sólo dos ejemplos.
Los de la Schwaben actual pueden reponer, con su natural sentido práctico, que ellos ya tienen dos estados: el de Baden-Württemberg y la Baviera que también acoge parte de esta región dentro, todos, de la República Federal de Alemania.
Afortunadamente, ellos no se entretienen mucho en estas disquisiciones sino en fabricar Mercedes, porsches, tecnología Bosch, el software de SAP y, gracias les sean dadas, tartas Selva Negra, para endulzarnos nuestro caminar entre tanto imbécil militante como nos encontramos a cada paso.
Ulrike es una suaba que vive en Madrid desde hace muchos años. En esta tierra, además de familia tiene cientos de amigos y una intensa labor por acercar Alemania y España por la vía del turismo. En un 20N en el que pocos se acordaron de Franco se acompañó de dos compatriotas para continuar con ese apostolado, con el añadido sentimental de hacerlo sobre su propia patria chica mientras ejercía de eficiente anfitriona.
Natalie, que vive en Stuttgart, aún recuerda su paso por Colombia, del que le ha quedado un español con aroma a tintico y evocaciones de sancocho. Su cordialidad se rebosa en un optimismo desbordante.
Christina, su compañera, se mueve por el mundo desde Friburgo y es la representación viviente de la amabilidad cordial, esa que abre puertas y derriba barreras sin aspavientos. Una germana capaz de trabajar con ahínco en el día de su cumpleaños, como era el caso.
¿Y todo esto qué tiene que ver con el lector?
Más de lo que parece, si espera y sigue atento unas cuantas (bastantes) líneas más.
El evento turístico de Baden-Württemberg se hizo en una casa decimonónica del barrio de Salamanca, recuperada acertadamente como sede del Club Matador, ese que desde hace más de una década demuestra que el esnobismo de la gente bien surtida de dinero no tiene por qué ser vergonzante; sobre todo si llega a producir hermosas criaturas, incluso aquellas que no son bípedas sino más etéreas, como el arte.
De la oferta turística de Baden-Württemberg ya tendrán cumplida reseña los lectores de LA CRÓNICA en su sección de Viajes. Es allí donde daremos la buena noticia cuando Iberia vuelva a volar directamente desde Barajas a Stuttgart, como hizo y ahora no hace.
Pero sigamos en lo que estamos, cruzando una acera. En realidad, dos: hasta el Museo Arqueológico Nacional.
Por sus salas se desparraman estudiantes en grupo que alientan la esperanza de que la novísima generación es mejor y más curiosa de lo que parece; parejas jóvenes con bebés absolutamente silenciosos en sus cochecitos (¡oh, milagro!); matrimonios provectos y provectos solitarios que con la mirada recorren las vitrinas como quien analiza una joyería de Serrano, que es donde estamos.
Por allí hay mucho de lo que en oro se labraba en los castros gallegos antes de la llegada de los suevos.
También hay nutrida muestra de lo que Roma dejó en Hispania.
Y, sobre todo, para lo que en estos tiempos de desolación cívica debiera (pre)ocuparnos, una enseñanza que ocupa toda una placa de bronce, en caracteres latinos.



Es una de las cinco encontradas en la sevillana Osuna en 1870 y que recogen las normas por las que se regía esa ciudad, dos mil años atrás.
La de la imagen, concretamente, es la tercera. Como ilustra la cartela que la acompaña, «trata de las prestaciones personales de los cargos públicos y de la no conveniencia de recibir regalos; regula los derechos de asociación y reunión, la organización de la defensa de la colonia, la idoneidad de los candidatos que se presentan a la magistratura y el consenso obligatorio para cualquier decisión de gobierno«.
¿Por qué eso mismo no es de rigurosa y provechosa aplicación en nuestro 2025 de tanta desesperanza?
A estas alturas del artículo, si lo leyera algún cargo político actual ya estaría pidiendo las sales a su jefe de gabinete para no caer rendido como las desmayadas mademoiselles de la corte de Luis XIV.
Desde que aquellas tablas, las lex coloniae genetivae iuliae, fueron clavadas para general conocimiento y hasta que llegaron los suevos, los vándalos y los alanos aún habrían de pasar varios siglos de dominación imperial.
A ningún español de hoy se le ha ocurrido todavía reclamar a los compatriotas de Giorgia Meloni una excusa formal por haber sido colonia romana, aunque la lituana y búlgara de origen que es Sheinbaum exija que los hijos de quienes nos quedamos en Europa nos responsabilicemos de lo que otros hicieron en el virreinato de Nueva España. Un viejo y recurrente argumento criollo para exculparse, ellos sí, de sus propios errores y dejaciones.
Y llegamos, con el atardecer de un día de otoño que ha visto caer a un fiscal general, al momento de cerrar el círculo de la historia y del artículo. Porque todo es un eterno retorno que nos hace sonreír, benévolos, si lo miramos con la debida distancia.
Los suevos, por alguna extraña razón, llegaron del norte y se fundieron con las mozas de Galicia, en el más literal y placentero de los sentidos de esta expresión.
Los suabos se quedaron allí, porque en realidad por entonces ni siquiera existían. Los de entonces eran alemanni, que es como el latinaje legionario llamaba a los lugareños. La Suabia es un invento medieval, otra historia… que no vamos a contar.
Porque ahora es el momento de encontrarnos, aquí o allí.
Si nos conocemos, nos reconoceremos. Como viajeros o como turistas, eso ya es cosa de cada cual y de sus pretensiones.
Y asumiendo que suevos y suabos nunca fueran lo mismo, por tentador que sea imaginarse lo contrario.
Nuestra historia con Baden-Württemberg está aún por escribir y la podrás leer aquí. Sigue atento.
