Dicen que el tiempo pasa cada vez más deprisa según se envejece. Lo de Donald Trump podría explicarse como el pánico íntimo de sentirse impelido a destrozar este mundo antes de tener que abandonarlo camino del cementerio.
De otra forma, más allá del perfil del soberbio individuo, es difícil atisbar respuestas razonables a casi todos sus comportamientos, que van más allá de cuidar a quien le puede ayudar en su propio beneficio. Y entiéndase beneficio en el más amplio sentido de la palabra.
El penúltimo ejemplo de la desolación que genera el presidente de los Estados Unidos y su corte/cohorte de aspirantes a sucesores lo hemos encontrado en Europa. El desafecto hacia este continente por parte del nieto de un alemán sería asumible en un empresario de las promociones inmobiliarias en Nueva York, porque el alma criolla bien sabemos que a veces tiene esas cosas. Pero nunca en el Jefe de Estado de una nación que aún es la más poderosa del planeta. Tampoco que agitadores en las redes y líderes políticos españoles y europeos le dediquen estratégica admiración.
Trump, que parecía destinado a encerrar sobre sí mismo a los Estados Unidos está siguiendo, desde el Despacho Oval, un patrón de expansión universal: se enfrenta a todos, por todo.
A través de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) ha llegado a esta Redacción el desasosiego por el penúltimo exceso trumpiano: los continuos ataques verbales del presidente Donald Trump contra mujeres periodistas, desde hace meses.
A juicio de esa organización, que hace una benemérita labor en aquel hemisferio, «este tipo de descalificaciones desde una posición de poder contribuye a fomentar un ambiente hostil para el ejercicio del periodismo, ponen riesgo la integridad de las reporteras y debilita los principios democráticos que sustentan la libertad de expresión». Algo que más cerca suena a música conocida, aunque con otros tonos y sin distinción de sexos.
Para mayor claridad, y que el lector de LA CRÓNICA se informe, reproducimos algunos de los pasajes más reseñables del último comunicado de la SIP y nos sumamos desde aquí a su queja, razonada y más que razonable.
«En las últimas semanas, el presidente Trump ha atacado verbalmente, se ha burlado, menospreciado y descalificado a mujeres periodistas que lo cuestionan sobre asuntos de interés público, según informes de prensa.
En circunstancias distintas, el mandatario estadounidense ha utilizado agravios varios para descalificar a mujeres periodistas tildándolas de “cerdita”, “estúpida”, «fea por dentro y por fuera», “odiosa” y “terrible reportera”, en referencia a reporteras de la cadena CBS, de la agencia Blomberg, del diario The New York Times, y la televisora ABC News, entre otros medios señalados por Trump como parte de las “fake news” (noticias falsas). Mientras tanto, no ha habido ninguna disculpa por parte del mandatario o su equipo de gobierno, según informes de prensa.
“Las periodistas tienen el derecho —y la responsabilidad— de formular preguntas, fiscalizar a los gobiernos y exigir rendición de cuentas sin ser objeto de ataques personales, comentarios denigrantes o intentos de desacreditación”, expresó Pierre Manigault, presidente de la SIP. “Cuando estas agresiones provienen de autoridades, el impacto es aún más grave: envían un mensaje de intolerancia hacia la prensa y legitiman conductas de acoso que pueden escalar hacia formas más graves de violencia”, dijo Manigault, presidente del grupo Evening Post Publishing Inc. de Charleston, Carolina del Sur, Estados Unidos».
Un estudio de ONU Mujeres publicado este mes, “Punto de quiebre: la escalada inquietante de la violencia contra las mujeres en la esfera pública” que recoge el testimonio de más de 6.900 mujeres —entre periodistas, defensoras de derechos humanos y activistas— de 119 países, reveló que en 2025 el porcentaje de mujeres periodistas que relacionan ataques físicos fuera de línea con violencia digital se elevó a 42%, más del doble respecto a 2020.
El informe concluyó que la violencia digital ya no es “virtual”: las amenazas en línea terminan en consecuencias reales; impide la participación de las mujeres en la esfera pública y en la prensa, y erosiona la libertad de expresión».
Dicho queda.
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