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1 junio 2025
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EL PASEANTE / Una idea loca para Guadalajara

Para quien no se ubique, lo que tenemos ante los ojos es la Plaza del Concejo de Guadalajara, con playa. Y un nuevo artículo de El Paseante.

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Luego dirán que LA CRÓNICA sólo se dedica a la crítica y al derrotismo, a cuestionarlo todo y a no proponer soluciones.

Ahí lo tienen, como ilustra de forma rotunda la fotografía que encabeza este artículo: podemos ser bienintencionados, aun sin dejar la ironía, claro.

Para quien no se ubique, lo que tenemos ante los ojos es la Plaza del Concejo, con playa.

¿Algo irreal? No tanto, puesto que lo vemos con todo detalle. Cosas más increíbles se han visto en la ciudad en los últimos años. Cosas más absurdas se han anunciado en la provincia (caribes aloveranos, circuitos de Fórmula 1…) y nadie se sonroja ni disculpa.

¿Algo irrealizable? Tampoco. Es cuestión de ponerse y proponérselo, ya que parece que las alucinaciones siempre son gratis por estos andurriales. Lo vemos pero no lo veremos (afortunadamente).

Vista la imagen de la nueva playa de la ciudad, esa que les mostramos, nadie negará el aprovechamiento conseguido del espacio para incluir arena, vegetación y agua con ligeras olitas en el mismo lugar donde, hace ocho siglos, se reunían los concejales para sus cosas, bajo los arcos de la desaparecida iglesia de San Gil. Sus herederos actuales tienen tajo, si quieren darnos gusto y poner playa donde hasta ahora sólo hay piedra.

Para que los más pusilánimes no se arredren valdría recordarles algunos antecedentes históricos de algo similar. Por ejemplo, las naumaquias en el Coliseo de Roma, que incluían batallas navales para darle gusto al emperador de turno. O la ocurrencia de los bilbaínos del siglo XIX quienes, para agasajar a Amadeo de Saboya, inundaron la Plaza Nueva. Y hay más, a poco que se rebusca en la memoria o en Google.

Para pasar a ese nivel de desmesura, a los alcarreños nos falta tanto arrojo como imaginación, que es lo que por otros lugares del orbe ha sobrado en estos menesteres, según queda acreditado.

El catálogo de utopías posibles es infinito y de su redacción dejamos encargo a los actuales munícipes, que para eso están, sobre todo ante la cada vez más inminente llegada del Juicio Final, con todo lo apocalíptico que parece va a ser, en mayo de 2027.

Hablando o escribiendo algo más en serio –si eso posible e incluso conveniente en esta capital– a este paseante se le ha ocurrido todo lo anterior para inducir a alguien, siquiera a alguno de los que tienen mando en plaza, a proponerse objetivos ambiciosos, ideas que hagan ciudad, proyectos que aglutinen esfuerzos e ilusiones, fraguar algo en común que no sea tan común como el desánimo habitual.

¿Será posible?

Soñar no debiera ser algo reservado a la Inteligencia Artificial, esa que imagina playas urbanas. El sentido común bien podría ser también el motor de muchos cambios que, ante el actual balance, ya serían por sí solos mejoras necesarias.

Cuestión de trabajarlo, sin ánimo de ofender por plantearlo con coña pero desde el aliento de una penúltima esperanza.

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