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5 diciembre 2025
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Con Azaña en Montauban

A Azaña se le quiere más en Montauban que en su natal Alcalá de Henares. Te lo explicamos y recorremos para ti esta ciudad francesa.

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Viajar hasta Toulouse en avión supone hacerlo rodeado de juventud española bien preparada: de esos que no titubean en inglés y que se mueven con normalidad por las terminales de los aeropuertos

De hecho, bajo el paraguas de Airbus y de la ESA, a todos se les ve cara de genios aeroespaciales. Pero nosotros somos más de volar a ras de tierra, paso a pie. Por eso nos hemos encaminado hasta Montauban. Por eso… y por Azaña.

Como preámbulo, andemos Montauban.

Y lo de andar no es una simple figura retórica, porque moverte a pie es lo preceptivo (y gozoso) de esta ciudad que tiene por centro vital la Place Nationale… que no es una, sino muchas, según sea de día o de noche. Puedes comprobarlo más abajo.

A partir de ahí, no hay pérdida posible. Tampoco para comer, porque las calles cercanas están llenas de restaurantes. Basta con guiarse por la cara de satisfacción de los comensales para no equivocarse.

Algo tiene la luz en Montauban, asociada con los ladrillos de sus fachadas, que te hace sorprenderte según la paseas. Cambia la hora, cambia la ciudad. Eso es especialmente revelador en la fachada de la catedral, que no se diría que es la misma al amanecer, al mediodía o al atardecer.

Te cuentan, y debe ser verdad, que el ladrillo se adoptó aquí (como en la vecina ciudad de Albi, a las orillas del mismo río Tarn) por la abundante arcilla, aunque también por un afán de sencillez. La Contrarreforma, tras tanto guerrear católicos y protestantes por una forma u otra de entender la religión, se expresó en Montauban a través de los jesuitas con una estética en la calle que no ofendiera a los contrarios. No hay ostentación, sino recogimiento. El gran caserón que acoge la Oficina de Turismo y la cercana iglesia son prueba de ello.

A partir de ahí, lo mejor es echarse a callejear y constatar dos hechos notables: no hay solares y tampoco se ven graffiti que afeen el entorno.

Aquí nació la primera feminista francesa, Olympe de Gouges, y aquí se la recuerda, en los recodos de las calles y a pared completa, en alguno de los modernos murales que jalonan Montauban. Escritora y dramaturga en los años previos a la Revolución Francesa, ha pasado a la Historia por su firmísima posición contra la esclavitud pero, sobre todo, por su Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. Era 1791.

La mayor iglesia de la ciudad es la de Santiago, cuya enhiesta torre ha soportado los siglos y los cañonazos. Será una maravilla cuando acometan la restauración de las pinturas que la decoran en su interior y para lo cual no hay plazos, por ahora.

A cuatro pasos de allí, lo que sí es una maravilla encantadora es el Museo Ingres-Bourdelle. Obispos y arzobispos conocieron tiempos mejores, como se comprueba por toda la región, pero es gracias a sus pasadas riquezas terrenales que ahora podemos disfrutar en sus palacios del arte, acogido en salones cuajados de mitras en los techos y de magníficas piezas a la altura de nuestros ojos.

Tras los pasos de Azaña

Montauban es una ciudad alegre y feliz con un cementerio triste, como olvidado, grande, destartalado. Las anchísimas calles del camposanto no invitan al recogimiento. En sus patios, se desperdigan tumbas de toda condición, desde la que luce símbolos masones no muy lejos de una estrella de David a las muchas que convierten la lápida, muy al gusto francés, en un repositorio de fotos y recuerdos del muerto. Salpicado, todo, de restos dados a la tierra. Literalmente.

En enero de 1939, cuando parece inevitable la derrota de las tropas republicanas, Manuel Azaña se traslada a la frontera francesa, la cual cruza el 5 de febrero de 1939. Antes de acabar el mes, presentaba su dimisión como presidente de la República y empezaba un errático peregrinaje por Francia.

París, Burdeos… Descartada la invitación hecha por Negrín para refugiarse en Inglaterra, con la II Guerra Mundial ya formalmente declarada, se mantiene en el país vecino.

Fue en las postrimerías del verano de 1940 cuando el matrimonio Azaña llega a Montauban, con él ya bastante enfermo y Hitler habiéndose paseado ya por París. Está libre, pero preso en cierto modo, puesto que el Gobierno de Vichy le prohíbe salir de la ciudad.

Tras ser acogido por algunos exiliados, desde el 15 de septiembre hace del Hôtel du Midi su casa. Allí seria amortajado con la bandera tricolor, tras morir el 3 de noviembre de 1940. El féretro sería inhumado con la enseña de México y fue esa embajada –no la española ni tampoco el régimen de Pétain– la que corrió con los gastos del sepelio después de haber pagado también la minuta del hotel en las semanas en que aún pudo vivir Azaña, justo al lado de la catedral. A cada uno, lo suyo.

En 2025, el edificio lo ocupa el hotel Mercure.

Uno de sus salones sirve como comedor.

Cenando, el periodista repara en los frescos del techo y, sobre todo, en las escayolas que dan empaque a la estancia. Puede que hace 85 años estuvieran también allí, en las alturas, arropando a los comensales y a ese español vencido, sexagenario reciente. Un republicano más, derrotado. Pero no un republicano cualquiera.

Quien está atento a lo que se pide desde la mesa no es, cosas de los tiempos, una señorita francesa sino un camarero bangladesí. Son ya cinco años desde que emigró a este país, sin perder la cordialidad. En cuanto puede, se pasa al inglés. Responde y pregunta con la misma suavidad de quien pasa por la vida sin hacer aspavientos, sonriendo a la fortuna incluso cuando vienen mal dadas. Un filósofo que no sabe que lo es.

Mucho antes pero en ese mismo edificio no le pudo ir peor al político español, que en apenas 50 días dejaba este mundo. Lejos de España y de la paz, la piedad y el perdón que él mismo reclamaba.

Entre los restos de la familia Matignon y de la familia Gaubert se encuentra la tumba de Azaña, que Google ha encontrado sin dudas ni margen para el error. Se agradece la eficacia de la tecnología ahora que el sol ya apunta al mediodía y es inclemente. No hay ni una sombra.

A Azaña se le quiere más en Montauban que en su natal Alcalá de Henares, donde se mantiene la casa donde nació, entre el Palacio Arzobispal y la Magistral. Un busto suyo, de dimensiones desproporcionadas, preside una plazoleta moderna en una zona de expansión de la ciudad complutense, cuando esta dio cobijo a tantos miles de esos exiliados económicos que son los emigrantes. Ya van por su tercera o cuarta generación aquí, desde que los primeros llegaran en las postrimerías del Franquismo.

Los alcalaínos le recuerdan poco a Azaña, aunque tenga también una ancha calle.

Los políticos que se dicen progresistas han pretendido en más de una ocasión traerse los restos a este lado de los Pirineos, con la intención en mente de los consabidos agasajos, para acreditar que los españoles enterramos muy bien. Los herederos de Azaña se niegan, con razón y hasta ahora con éxito, pues expresó muy claro en sus últimas voluntades que le dejaran allí donde muriera.

Y allí está.

En las calles de Montauban, ciudad enladrillada, ciudad alegre, ciudad feliz, basta con que te oigan hablar en castellano para que alguien te aborde y pase a explicarte lo mucho que les honra guardar los restos y la memoria de ese español.

Así te lo dice esa mujer, quizá octogenaria pero con una vitalidad juvenil, que interrumpe tu comida y se emociona. No será el único caso.

En el cementerio, frente al humildísimo mausoleo del republicano, un hombre entrado en la sesentena limpia la lápida de los suyos. Sabes que en cuanto le saludes con un Bonjour! habrá charla. Y la hay, morosamente amable. Sin prisas. ¿Quién puede tener prisas en un cementerio?

A esos escasos veinte metros, la joven dependienta de la floristería limpia el mármol que cubre a don Manuel. Ha llegado con uno de esos carritos de golf, para asearlo todo, más aún hoy, que hay periodista español cámara en ristre.

Retira el ramo seco; barre y recoge cualquier suciedad acumulada desde la última vez que hizo lo propio. Y no es por encargo del Gobierno de España sino de una asociación local, que se ocupa de pagar estos mínimos pero reiterados homenajes.

La vanagloria nacional está en algunas placas. La modernidad, en un código QR que destaca en uno de los laterales, para que nadie se vaya de aquí tan ignorante como llegó.

Montauban y Azaña.

Al fondo, a una hora de avión, España.



  • Un reportaje de LA CRÓNICA realizado con la colaboración y el apoyo de Turismo de Occitania, a quien agradecemos profundamente la ayuda prestada.
  • Con el aval y el asesoramiento de Atout France España.

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• Sobre Montauban:

Oficina de Turismo de Montauban

• Sobre Occitania:

Web oficial de Turismo de Occitania (en español)