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13 diciembre 2025
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Ejercicio de agudeza visual: ¿qué está mal en esta imagen?

El periodista de investigación urbana se toma la molestia de buscar la solución a un misterio de Guadalajara. Sin más alcance que dar forma a un artículo.

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Muchos de lo que viven en Guadalajara se empeñan en lamentar que es esta una ciudad propicia para el aburrimiento, en la que nunca pasa nada o, cuando menos, las aventuras urbanas son bastante limitadas. El problema, quizá, estriba en que hay que saber buscar.

Por ejemplo, cualquier conductor de los que cada día se queda atascado un buen rato en su intento por entrar a la capital alcarreña desde la A-2, a la altura «del toro», tiene ocasión de percibir algo extraño en esos contornos. Una experiencia insólita y gratuita.

En efecto, si levanta la vista del volante o del móvil podrá detenerse en el panel informativo que antecede a la primera glorieta, esa donde los fines de semana hacen soplar de madrugada. No a todos ni todas las madrugadas. Pero ahí es donde hay que mirar.

El misterio de este caso se esconde a la vista de cualquiera, que es como acostumbran a hacer en las novelas del género.

El croquis parece claro dentro de lo necesariamente embarullado de reflejar tantas posibles salidas. La costumbre también ayuda a no equivocarse, claro está. La Avenida del Ejército, la vuelta hacia Madrid o la posibilidad de retomar destino en dirección a Zaragoza, el polígono del Balconcillo o lanzarnos a descubrir qué se encierra en la Huerta del Pino, yermo de cardos y proyectos frustrados.

Pero lo más sorprendente será, al hilo de los tiempo, ir p’alante. No como otros a Soto del Real sino como indica el letrero que nos anuncia el Egeo en la mesetaria Guadalajara.

¿Estaremos a las puertas de un recorrido por Santorini, espantando turistas entre casas blancas y nosotros sin enterarnos? ¿Habremos encontrado orígenes helénicos a orillas del Henares, allí donde los romanos no parece que dejaran más que un suspiro, por aludir poéticamente a lo que solemos hacer cada día en soledad?

¿Que es eso de conducirnos al Egeo entrando en Guadalajara?

La cosa está así desde hace tiempo, como ha podido comprobar el autor de este tonto artículo sobre un tonto caso de un tonto despiste que nos lleva a describir un ejemplo de permanencia en el error. Sin que a nadie le moleste, dada su levedad.

Recurriendo a Google, que todo lo sabe y de todo se acuerda, comprobamos que el letrero estaba igual en junio de 2024…

… pero no en abril de 2023…

Dado que este periodismo de chascarrillo tirando a absurdo es el que más interesa en este mundo nuestro de Internet –condicionado como está por las redes sociales– habrá que convenir que esto que estamos haciendo es más periodismo de investigación que el simple hecho de recibir uno o dos sobres (el primero, con una filtración) lleno de datos oficiales teóricamente reservados y utilizados a modo para destrozar rivales políticos. Así se alimentan de exclusivas cabeceras digitales de reconocido (des)prestigio. También hace un siglo, que nadie se sorprenda, cuando se fumaba en las redacciones y se tecleaba sobre una Underwood.

Buscando el dato, pues, hemos llegado a la evidencia de cuándo el Egeo todavía no estaba allí. Hace una década no había ni letrero. Comprobado.

La calle de los dos misterios

Pero sigamos. O mejor dicho, prosigamos.

Como el hábil lector habrá deducido, la calle Egeo no existe. Es una ficción. Del mismo tenor pero mucho más imaginativa que la que nos regalan cada día bastantes de quienes nos gobiernan.

En este caso, habría que llegar hasta el anónimo operario que trasladó al plotter lo que había que serigrafiar sobre la chapa. Con su afán de evitar errores cayó en otro de tan buena calidad como el material utilizado: ahí sigue, inmutable, a la espera del paso de los años, sin temor a la intemperie dado el acabado del producto. Porque raro será que alguien rectifique esta fruslería cuando asuntos más graves nunca se resuelven.

Con la mejor de las intenciones, alguien sí rectificó entre 2023 y 2024 eso tan raro de la C/ del Geo y paso a convertirla en C/ Egeo. Seguro que en ese momento Zeus, tan dado a la ira, se tomó un momento para sonreír desde lo alto del monte Olimpo. O para descojonarse, que ya se sabe que los dioses griegos eran lo bastante humanos como para llegar a eso.

El periodista de investigación urbana se toma entonces la molestia de buscar el callejero de Guadalajara en la web oficial del Ayuntamiento. De primeras, no lo encuentra.

Vuelve, en consecuencia, a Google, que le presta su auxilio, aunque con un resultado un tanto inverosímil:

Según el croquis, la calle del Geo sería apenas una isla, si acaso un islote. Incluso, un espejismo al nivel de la legendaria isla de San Borondón, que en este caso sólo se le aparece al navegante que discurre por la Avenida del Mirador del Balconcillo cuando se planta delante del vetusto acuartelamiento del Grupo Especial Operativo del Cuerpo Nacional de Policía. Donde los geos, para entendernos.

Inasequible al desaliento, el arriba firmante vuelve a indagar en el portal del Ayuntamiento de Guadalajara hasta que, al fin, consigue lo que busca y desvela este nuevo misterio:

Según los planos oficiales, Mirador del Balconcillo es donde los ateridos usuarios de lo que queda de Justicia se toman un café casi a la intemperie. Desde allí y hasta la glorieta, es calle del GEO, cuajada de cojines berlineses, esos resaltes sobre la calzada que te hacen dar con la coronilla en el techo del coche por muy despacio que los pases. Allí, en la glorieta, sólo queda esperar el momento en que puedas encajar tu automóvil entre la hilera infinita de los que llegan desde la A-2, desesperados pero con preferencia.

Alcanzado este punto, al periodista investigador de los asuntos sin relevancia de la vida de esta ciudad le asalta una sospecha: ¿no será todo un ejercicio de previsión, un anticipo y no un error para no tener que renombrar la calle en el letrero cuando el cuartel de los GEO ya no esté aquí sino en la Ronda Norte? Al paso que va la burra y las obras de esas nuevas instalaciones, faltan muchos años para salir de dudas.

Escribir no siempre es un error, aunque en este caso lo cometiera el que tecleó lo que no debía.

Escribir durante décadas para intentar que lo que está mal mejore también puede serlo, a la vista del resultado.

Ahora solo falta que desde un despacho alguien dé la orden oportuna, se corrija el fallo y deje a este periodista sin razones para quejarse.

Entonces, este artículo perderá su argumento y será tan viejo e inútil como toda noticia que deja de serlo.

O como los periodistas que un día creyeron en el periodismo de un modo que ya no existe, sepultado bajo un algoritmo, la estulticia y la desidia.

Así es como estamos.

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