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30 noviembre 2025
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EL PASEANTE / Por el humo no se sabe dónde está el fuego

Descreer de los que ladran y querer a los que más nos quieren. No hay mejor cortafuegos en un verano, otro más, de tanto sol ardiente como tierra quemada. Porque, visto y comprobado, por el humo ya no se sabe dónde esta el fuego.

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Peor que el cambio climático es que te toquen el refranero, esas sentenciosas agarraderas para aferrarnos al tópico y no pensar demasiado por nosotros mismos. Porque, visto y comprobado, por el humo ya no se sabe dónde esta el fuego.

Andan decenas de miles de veraneantes en este agosto canicular dudando si volver a ponerse las mascarillas del coronavirus, camino de la playa. Lo hacen en A Mariña lucense y en la costa coruñesa, esas Rías Altas que han visto cómo el cielo se cubría de una calima que no era tal… mientras caía sobre ellos una fina capa de cenizas traída por el viento desde cientos de kilómetros.

El gran incendio de Orense y el viento del sur han cubierto en estos días toda Galicia de humo, para que nadie se olvide de lo que está pasando.

A pesar de los telediarios y de las pavorosas cifras de tierra quemada, el personal no deja de preguntarse –en las aldeas, en la ciudades o en el Camino de Santiago– dónde está el fuego, por si hay que prevenirse y ponerse a salvo antes de chamuscarse el bigote o los pelos del sobaco entre tanta llama desatada.

No es el fin del mundo, pero se le parece. La romanza de «Doña Francisquita» entonó hace mucho y para la posteridad aquello de «Por el humo se sabe dónde está el fuego». No era verdad. Ahora lo desconocemos casi todo, también en lo tocante a los siniestros forestales, si no nos ponemos delante de la pantalla del smartphone.

Lo malo es que allí también anida Óscar Puente y su bazofia jaleada por cientos de miles de alegres odiadores; el inenarrable look de Isabel Díaz Ayuso para atender catástrofes en pantalón corto; el afán negociador para sus negocios de Donald Trump y la codicia imperial de tito Vladimiro, al que adoran por igual los nuevos fascistas y los viejos comunistas y, por si todos estos incendiarios de plantilla no fueran suficientes, ya aúllan desde X los haters de este o aquel equipo de fúrbol en la Liga recién iniciada.

Estamos quemados y no sólo por los incendios.

Pero aún queda verano para inocularnos desapego, esa medicina que nunca estuvo bien vista pero que, ante tanta vorágine, es de las pocas que pueden salvarnos.

Descreer de los que ladran y querer a los que más nos quieren. No hay mejor cortafuegos en un verano, otro más, de tanto sol ardiente como tierra quemada.

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