Guadalajara, esa ciudad en la que a juicio de muchos de sus vecinos nunca pasa nada, tiene acumuladas efemérides suficientes como para llenar un año entero, si se quisiera.
El Ayuntamiento de la capital acaba de comprar con nuestro dinero algo que, de algún modo, ya era sobradamente nuestro por ser un bien público y de todos como propiedad del Estado: el edificio histórico de Correos. De eso ya se ha escrito mucho en LA CRÓNICA, por lo cual quizá quepa referirse hoy al apellido que durante buena parte de su vida ha llevado el inmueble: Correos y Telégrafos.
De hecho, muchos de los lectores de LA CRÓNICA recordarán el mostrador del patio de operaciones donde se recogían y abonaban los telegramas después de escribirlos en el pupitre que ocupaba el centro de aquel espacio.
Y es aquí donde cabe resaltar que Guadalajara fue la cuna de la telegrafía en España, décadas antes incluso de que se levantara la monumental sede de Correos en la ciudad.
Sin demasiados méritos quizá para pasar a los anales por aquel telegrama primordial, pero lo fue.
En efecto, el primer telegrama conocido en este país se cursó desde Guadalajara a Madrid el día 5 de junio de 1854.
El texto no quedó en secreto, puesto que apareció publicado en la Gaceta de Madrid al día siguiente.
Decía así:
“El director de Telégrafos al Excelentísimo señor presidente del Consejo de Ministros:
Tengo el honor de participar a V. E. que los ensayos que acabo de verificar desde esta capital me dan los resultados satisfactorios; quedo hoy y mañana aquí aguardando las órdenes y despachos que V. E. guste dirigir. Los trabajos de la línea alcanzan a la legua 18 y continúan con rapidez y actividad que V. E. Me tiene encomendada”.
De aquellos dos días alcarreños del director de Telégrafos nada más se sabe, aunque ya es es bastante como para propiciar algún evento en el futuro para ir justificando (y llenando de argumentos) que hayan empezado a salir varios millones de euros para comprar, rehabilitar y dar sentido al caserón de la calle Teniente Figueroa desde unas arcas municipales en las que, se decía, había un agujero casi insondable de más de 20 millones de euros al comienzo de este mandato.
De lo anterior ya dejó constancia este diario hace año, a raíz de una bienintencionada pero efímera alusión de un concejal.
El Talgo, para más tarde
Y ya puestos a recordar, si es que se quiere, algún asesor inquieto podía sugerir en la Plaza Mayor que se recuperase la singular historia de las prueba del tren Talgo en Guadalajara, procedentes de Madrid en los «años del hambre». Porque fue en 1942 cuando se hizo el primer ensayo real del invento de Goicoechea y Oriol, alcanzando entonces los 115 kilómetros por hora que luego, en 1972, llegarían a ser de 222 a la altura de Azuqueca.
Historias, en fin, dignas de ser contadas y difundidas más allá de una simple reseña periodística. Sobre todo cuando esa misma vía férrea, desde hace años, sólo es fuente de desengaños, retrasos y averías, con el AVE en la distancia.