En Guadalajara todavía sobreviven algunos maceteros de los que se colocaron, hace ya muchos años, para evitar una de tantas oleadas de atentados islamistas que intimidan a Occidente desde hace décadas.
El lector quizá lo recuerde: ante el miedo a que un coche o furgoneta se estampe intencionadamente contra la gente que pasea, mejor colocar obstáculos en la calle que lo dificulte.
A Román, cuando era alcalde, se le ocurrió incluso cruzar coches de bomberos en la calle del Amparo para conseguir lo mismo en desfiles, cabalgatas y procesiones. Nunca pasó nada, afortunadamente.
Este macetero para lo que sirve en estos días es para acreditar lo cutres que pueden ser algunos convecinos.
Sin entrar a discutir la supuesta belleza de la planta, bien cuestionable, ¿qué impulso irrefrenable lleva a un mastuerzo/mastuerza a arrancar una para llevársela a casa, a ver si cría?
En unos pocos días, el precursor ha tenido seguidores y ya apenas quedan coles rizadas de jardín («repollo de otoño», las llaman también) que hayan sobrevivido al saqueo.
En honor a la verdad, la anterior reposición de plantas, meses atrás, tuvo menos incidencias. Se ve que petunias, clavelinas y demás florecillas cultivadas no ejercen tan poderosa atracción como estos repollos.
O repollas, que en esto del género lo mejor es nunca quedarse corto.
Hasta el expolio final, que será pronto.
