Hay noches de fiestón difíciles de olvidar. E incluso también hay madrugadas que se prolongan hasta casi el mediodía siguiente y que, por otros motivos, merecen pasar a la historia personal del que las vive… pero mejor si es todo lo alejado que sea posible de un volante.
El suceso ocurrido el pasado 23 de febrero en varias carreteras alrededor de la ciudad de Guadalajara justifica el argumento anterior, porque no es normal que un conductor sea pillado más que sobradamente borracho por la Guardia Civil en dos controles diferentes con apenas seis horas de diferencia entre uno y otro. Y eso es, precisamente, lo que ha ocurrido.
Sobre las cinco de la madrugada del último domingo de febrero, una patrulla del Destacamento de Tráfico de la Guardia Civil de Sigüenza que se encontraba en la vía de servicio del kilómetro 55 de la A-2 realizando controles de alcoholemia a la altura de la capital vivió el primer episodio de esta peculiar historia.
Fueron estos agentes los que realizaron la prueba de alcoholemia inicial a un conductor que de primeras ya arrojó 0,79 mg/l de aire espirado, muy por encima de lo legal. La segunda vez que sopló en ese control fue aún peor, puesto que el aparato no se detuvo hasta los 0,81 mg/l.
Como le acompañaba otra persona que sí estaba sobria, se hizo cargo del vehículo y pudieron seguir su camino después de quedar adecuadamente «empapelado» el conductor original.
Apenas 6 horas más tarde, sobre las 11.20 horas, una persona alertaba al 062 de que un conductor circulaba de manera irregular por la carretera N-320, a la altura de la localidad de Horche.
Una patrulla del USECIC desplazada al efecto consiguió interceptar al errático vehículo y retenerlo hasta que llegaron los miembros de otra patrulla del Subsector de Tráfico al lugar. A la vista del penoso estado que presentaba el conductor, con síntomas evidentes de conducir bajo la influencia de bebidas alcohólicas, se le sometió a un control de alcoholemia.
La sorpresa saltó al comprobar que se trataba del mismo individuo que ya había sido identificado de madrugada y que, según se intuía, había seguido bebiendo y había vuelto a coger el volante tras dejar atrás el primer control.
En las cercanías de Horche, ya casi al mediodía, dio un resultado positivo de 1,05 mg/l de aire espirado en la primera de las pruebas.
Cansado al parecer de tanta molestia, se negó a realizar la segunda, motivo por el que nuevamente fue «investigado al conducir un vehículo a motor bajo la influencia de bebidas alcohólicas y por negarse a realizar las pruebas legalmente establecidas», según fuentes de la Comandancia de Guadalajara.
Un comportamiento con consecuencias penales
Conducir bajo la influencia de bebidas alcohólicas puede constituir un delito contra la seguridad vial contemplado en el artículo 379 del Código Penal.
En caso de ser condenado por la autoridad judicial competente, será castigado con pena de prisión de tres a seis meses o con la de multa de seis a doce meses o con la de trabajos en beneficio de la comunidad de 31 a 90 días y, en cualquier caso, con la de privación del derecho a conducir vehículos a motor y ciclomotores por tiempo superior a uno y hasta cuatro años. Todo ello, similar a lo que corresponde a un exceso de velocidad como el identificado ese mimos día a escasos kilómetros de allí y del que LA CRÓNICA da cumplida referencia en otra información.
«El conductor que, requerido por el agente de la autoridad, se negare a someterse a las pruebas legalmente establecidas» puede incurrir en un delito contra la seguridad vial según el artículo 383 del Código Penal, eventualmente con penas de prisión de seis meses a un año y privación del derecho a conducir vehículos a motor y ciclomotores por tiempo superior a uno y hasta cuatro años.