Texto y fotos: Augusto González Pradillo
En LA CRÓNICA confiamos en nuestros lectores y por eso ya avanzábamos en un anterior reportaje algunas claves para disfrutar de Bruselas de un modo distinto al habitual, pero sumamente reconfortante.
En esta nueva entrega, tomamos como antesala lo más dulce que ofrece la capital belga desde casi la fundación del país: el chocolate y sus maestros chocolateros. Puestos a elegir, hemos optado por uno concreto.
Además, en una pirueta con triple tirabuzón, nos arriesgamos a adentrarnos por el centro de la ciudad, muy rodeados de turistas pero sintiéndonos viajeros. El resultado lo vas a ver, y a leer a continuación. Te sorprenderá… porque hay mucho que contar.

El chocolate es Dios en Bruselas y Laurent, su profeta

Laurent Gerbaud es una fuerza de la naturaleza que es capaz de hacer chistes sucesivos en francés y en inglés –salpicados con algún guiño en español, si es preciso– mientras ilustra a la concurrencia sobre los secretos del (buen) chocolate.
Es importante y comprensible su pedagogía cuando tus papilas gustativas se enfrentan a un chocolate de 5 euros el kilo y luego a otro de más de 20… a precios de antes de la actual crisis de producción en origen.
Porque, y ese es su valor diferencial, mientras que otros establecimientos son bien conocidos por su fama incluso centenaria, este chocolatero va dejando alumnos de todas las edades con sus workshops en la Rue Ravenstein, pared con pared con su obrador, pero en una sala con vistas a la calle.
Es un espectáculo para unos pocos elegidos, no más allá de la docena.
Los participantes se convierten en actores activos y así aprenden a distinguir entre un chocolate premium y uno vulgar. Eso, créanme, vale más que los 40 euros que cobra por adulto (60 si es un adulto con un niño hasta 12 años).
Al final, te llevas una bolsa con tus propias chocolatinas, una amplia sonrisa y un buen sabor de boca.


La Isla de los Museos aquí es un monte, sin Berlín y sin río pero como un oasis
Berlín tiene su Isla de los Museos (aunque sin el Pérgamo, metido en obras como bien detalló en viaje especial LA CRÓNICA en vísperas del cierre por largos años). Bruselas no quiere tener envidia de la capital germana y nos ofrece una muestra desbordante de su centenar de museos agrupados en lo que se conoce como el Monte de las Artes.
Pasar del tráfago de coches y turistas de la Place Royal a pasear por la tranquilidad más absoluta es una buena carta de presentación para este «cogollo» de exposiciones imprescindibles.
Mont des Arts para los locales y oasis inesperado para el paseante, en pocos metros encontramos la Biblioteca Real de Bélgica; los Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica con sus joyas de los primitivos flamencos, más el Museo de Arte Antiguo y el inconfundible Museo Magritte con la también inconfundible manzana verde del pintor surrealista a tamaño gigante en el tejado. Frivolidades publicitarias aparte, aquí está la mejor colección del mundo de cuadros de René Magritte.
Cerca de allí, son muchos los que se llevan en el teléfono sin identificar la fachada más exuberante de todas, que es la del Museo de Museo de Instrumentos Musicales. Las más de 8.000 piezas que componen su fondo llaman menos la atención que el estilo art nouveau del edificio y de su fachada, consecuencia de ser levantado originariamente para los almacenes «Old England». No tiene pérdida.

Y un par de cientos de metros más allá, un monumento a la cultura: el Bozar, que es como más comúnmente se conoce al Palacio de Bellas Artes que salió de los planos de un Victor Horta ya captado por el art déco en plenitud.











Una ciudad por donde todavía se puede circular en coche… o en bicicleta
Si llegas en coche a Bruselas no vas a terminar detenido, pero tampoco te hagas grandes ilusiones. La zona azul aquí es zona gris… y no es fácil encontrar alguna plaza libre. Y los parkings, haberlos haylos.
Para tranquilidad de los peatones, las bicicletas no son tan omnipresentes como en otras ciudades belgas, esencialmente flamencas. En consecuencia, atropellan menos al incauto o al despistado. Los de la foto son de un grupo organizado, belgas risueños e inofensivos.


En busca de los loros de la plaza Guy D’Arezzo
Eric Emmanuel Schmitt era francés y ahora es belga. Vive en Bruselas y puede asomarse siempre que quiera a esta plaza Guy D’Arezzo que el periodista ha buscado como quien va de peregrinación, como una cuestión personal.
El novelista se ha ido haciendo famoso entre el público español, sobre todo a partir de aquel volumen, «El señor Ibrahim y las flores del Corán», tan propicio para emocionarse.
Que uno sepa, «Les perroquets de la Place D’Arezzo» no está traducido al español, pese a que encaja bien con el gusto hispánico por las novelas-río, con multitud de personajes, historias cruzadas entre anécdotas y olor a sexo. Mucho sexo, sexo feliz o sexo desengañado.
Cuando el arriba firmante se ha acercado hasta aquí, ni estaba Schmitt del brazo de su compañero ni los loros zascandileaban por los árboles. Simplemente, lloviznaba

La tremenda riqueza de la discreción: la casa Van Buuren
Una de las visitas más placenteras que pueden hacerse un día cualquiera en Bruselas tiene a la casa van Buuren como escenario.
Aviso para los menos previsores: hay que reservar. Lo recuerdan en la entrada dos portuguesas muy amables, recicladas en bruxeloises, que de can Cerbero sólo tienen el oficio y te ilustran adecuadamente para descubrir los secretos, y la relevancia, de esta singular mansión.
Estamos ante el triunfo del culto capitalismo del siglo XX. Que lo hubo, nadie debería dudarlo.
Nos adentramos en la casa familiar de un banquero y mecenas judío, por ir aclarando. Fiel al carácter de sus dueños y a la moda imperante en el período de entreguerras, la casa y su imponente jardín (que ahora se alquila para eventos a razón de 12.000 euros por día) respiran art déco allá por donde mires. Arte y romanticismo, como en los 12 corazones que se presentan por sorpresa tras salir del laberinto de tejos.
Aquí, tanto dentro como fuera, hay lujo constante, pero sin que te estalle en la cara. Estética adecuada al uso.
Lámparas que enamoran y alfombras que arropan las miradas al tiempo que los amplios ventanales buscan atrapar la luz del día, tan codiciada por estos pagos.
¿Puede un rico pasarlo mal? Sí, sin duda. Ellos lo sufrieron por culpa del nazismo y del antisemitismo que borboteaba fácilmente en Europa. De ahí la banderita de Estados Unidos en el despacho particular, junto a la de Bélgica.
El exilio fue necesario. Como el de tantos otros en tan diversas circunstancias, con o sin patrimonio abultado. Pero la belleza permanece.










Y ahora… la triple pirueta anunciada más arriba: redescubrir el centro de Bruselas, porque también lo merece.
Pasando de largo ante el niño meón, eso sí.
No reniegues de lo conocido… para redescubrirlo
Los jardines del Petit Sablon y sus alrededores



















Uno de los ejercicios más recurrentes del español que anda Europa es buscar en el suelo la vieira peregrina, la concha dorada del Camino de Santiago. En Bruselas no es tan recurrente como en otras capitales, pero está. Damos fe de ello.
Llegados a un punto, casi cerca del desaliento, dábamos por buena como referencia a Santiago El Mayor su presencia, en estatua, en lo alto de la galería central de la imponente iglesia de Nuestra Señora, en el Sablon. Allí está y así lo podemos ver en la anterior galería gráfica.

Sin embargo, lo más destacado (y reiterado) en la iconografía de ese templo, es la Virgen María que unos bruselenses tuvieron a bien robarles a los de Amberes. Tal cual. Un hurto celestial con todas las de la ley… local. La joven que instigó aquello aseguró que se le había aparecido la Virgen para que hicieran lo que hicieron. Viejas historias, vigentes rivalidades.








Algún siglo menos tiene la historia que preside, en forma de estatua cien mil veces fotografiada, el infausto choque entre Felipe II (que se vio traicionado), los condes de Egmont y Horn y, al fondo, haciendo caja, Guillermo de Orange. Luego, ya saben: el Duque de Alba ejecutó la orden real de decapitar a los dos nobles y desde entonces, dicen, se asusta a los niños con que si se portan mal se los llevará el ancestro de la difunta Cayetana. Todo eso se recuerda en un parquecito encantador, rodeado de figuras que merecen siquiera un fugaz repaso y unos bancos que animan a ocuparlos. Hágalo, porque no hay prisa.

Las paredes están vivas y el arte se sube por ellas
Desde el Sablon y hacia el centro los edificios borgoñones empiezan a llamar menos la atención que la profusión de graffiti a cual más interesante. Incluso bicicletas hay que suben hacia las alturas, trepando por los ladrillos. Es el reino de una Bruselas alternativa y feliz que merece un disfrute mayor que el simple arrebato de fotografiarla para Instagram. Es mejor vivirla.









La cerveza belga es un tesoro
No nos hagamos trampas en el solitario: el placer de Bruselas se multiplica si eres amante de la cerveza.
En los últimos tiempos, además, la profusión de nuevas referencias es tal que han conseguido arrinconar a las trappistes de toda la vida.
La clave es encontrar un estaminet que satisfaga tu curiosidad… o lanzarte a la búsqueda de tu cerveza preferida, de bar en bar hasta que lo consigues. El don de la ebriedad, que cantaba el poeta.
En zona turística, pero con garantías, sugerimos el Poechenellekelder, de la Rue du Chêne, que detrás de tan kilométrico nombre encierra una carta de cervezas igualmente kilométrica. Los precios, además, no asustan.
Y una penúltima curiosidad cervecera: de tanto como hay, hasta tienen alguna cerveza «solidaria». Es el caso de «La Biche», surgida en Saint-Gilles pero conocida en toda Bruselas. Lo que se recauda con ella termina en buena medida en atención concreta para quien más lo necesita. Cosa seria, porque ya han recaudado más de 40.000 euros para esos fines.


Philippe Catherine y la «vie en rose»
Que Francia puede encajar sin traumas en Bélgica lo demuestra el actor y cómico Philippe Catherine. El artista galo lleva un tiempo dando a calles, plazas y centro comerciales de su país un toque diferente con las curiosas figuras rosas que imagina… que también andan desperdigadas por Bruselas. Para verlas todas hasta te facilitan un plano.





Jacques Brel sobrevive a su estatua
Jacques Brel fue uno de los iconos belgas del siglo XX, por muy buenas razones. Su recuerdo está presente en la cultura popular. No lo empaña la estatua, un tanto terrorífica, de la plaza de la Vieille Halle aux Bles.

Una ciudad abierta con restos de muralla
Bruselas es una ciudad de brazos abiertos, como hemos ido viendo, aunque en el pasado estuvo encerrada –y constreñida– no por una muralla, sino por dos. Quedan restos, pero hay que saber buscarlos. Ahí tiene el lector alguna pista…

La Grand Place, atracón para los ojos del voyeur
La Grand Place es el centro de todo para el que viene a Bruselas… con el refugio de las cercanas galería de Saint Hubert por si cae un chaparrón.
Quien necesite historia y detalles tantas veces repetidos, que los busque en Internet, que los encontrará.
Aquí nos quedamos con la constatación gráfica de que el centro de Bruselas, de Bélgica y de Europa es todo un espectáculo: los risueños chambelanes del Ayuntamiento, los encuadres inesperados, los freetours en español o en casi cualquier lengua, las lolitas japonesas que ríen sin saber muy bien a quién o de qué… y todo, absolutamente todo los que nos rodea, como en un abrazo.










Karl Marx y un cisne, entre historias y leyendas
Vayamos terminando.
En este y en el anterior reportaje creemos haber demostrado que Bruselas es una ciudad más disfrutona e interesante de lo que muchos pueden incluso sospechar.
Karl Marx también nos daría la razón, si pudiera. Anduvo por aquí tres años, entre 1845 y 1848 aunque el tiempo no le dio para grandes obras sino para algo un poco mayor que un opúsculo: nada que ver con «El Capital» y sí con el «Manifiesto Comunista», publicado al alimón con Engels. Justo después de darlo a la imprenta terminaba su estancia bruselense que, a buen seguro, fue más feliz y disipada que la londinense.
No cuesta trabajo imaginarle pisando alguno de estos vetustos adoquines porque una placa lo recuerda. Está junto al cisne de la imagen, cuyo origen hay que buscarlo en viejas disputas gremiales. Otra prueba más de convivencia en conflicto que termina por ser superada en esta Bruselas casi infinita.
Y quien quiera recorrer el Art Nouveau de la mano de Víctor Horta y su casa museo, que nos busque por aquí. Se lo contaremos, más adelante.

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Más información sobre Bruselas:
No hay que darle vueltas: la mejor forma de entrar con buen pie en la capital de Europa es recurrir a la mucha, y bien presentada, información de su sitio oficial. Visit Brussels está para eso y tan fácilmente accesible que lo tienes todo en español. Para que te enteres.
