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23 octubre 2024
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Esto es mi ciudad

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La ciudad donde yo nací es esta pero ya no está.

Basta mirar esa puerta que no guarda nada más que un solar limitado por el amarillo chillón de todos los solares para saber dónde estamos. En el frontispicio, una fecha para la posteridad. Ciñendo el aire, un muro de cemento.

Hubo un tiempo en que una amable vanidad hacía que en esta capital se levantaran casas con deseos de supervivencia. Había que construir para el futuro, se decían, pero también para hacer ostentación de los posibles de cada uno junto al vecino, frente al vecino, por encima del vecino. Así, desde los Mendoza. Quizá así, también, desde cuando la morisma primera, más de mil años antes de que llegase la segunda.

Ya no se construye así. Ni siquiera se construye, porque ante todo se especula con los sueños de los incautos y con las hipotecas de todos.

Y encima a los ladrilleros les ríen las gracias los políticos y los paniaguados que sostienen el invento, a ver qué les cae de las sobras de esos analfabetos con aires de Rockefeller.

Las calles por donde cruzaba saludos, por donde me cruzaba con extraños que algún día dejaban de serlo o que seguían siéndolo hasta que morían, por donde andé o anduve, por donde corrí y por donde tanto deseé cosas que ya no deseo se van poblando de sombras que son silencios.

De nada sirve quejarse. Con sabiduría, la gente del común desdeña a los quejicas, por más que luego casi todo nacido de mujer haga lo mismo y, a la más mínima, se lamente en cabeza en ajena. Pero así somos. Quizá la predisposición natural a buscar culpables de nuestra desgracia más allá de nosotros mismos sea lo que más nos identifique como seres humanos. Empeño inútil, como rascarse el alma.

La ciudad donde yo nací es esta pero ya no está. Afortunadamente, porque la vida sigue.