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19 marzo 2024
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EL PASEANTE / La vida que mereces está en el Luberon

Es en el Luberon donde, una vez más, la vida se impone frente a la estupidez y vence a la prisa absurda. Como aquella que mató a Camus, con el joven Gallimard al volante, como si les urgiera llegar a la eternidad. Vamos tras sus pasos y tras su recuerdo, de la mano de El Paseante de LA CRÓNICA.

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A este paseante le ha dado por echarse al camino, salir de la ciudad y llegar hasta donde el viento le lleve. Como los tiempos son los del siglo XXI, basta con tomar la R-2, plantarse en la T-4 de Barajas y llegar a la puerta 92 de la zona K de la terminal. ¿Demasiados números? Sin duda. Por eso, mejor escribir los pensamientos letra a letra, por si alguien ahí fuera, al otro lado de la pantalla, los quiere leer y, quizá, compartir.

El encanto de tomar el avión a pie de terminal y andando 15 metros por la pista se lo debemos a Air Nostrum, que es la que vuela a Marsella, la segunda mayor ciudad de Francia y la más castigada por los estereotipos. Desde hace años está remontando a los ojos del extraño, gracias a la gastronomía y a un centro histórico que merece ser visitado y disfrutado.

Durante el vuelo y desde el aire, entre Madrid y Guadalajara se atisba un paisaje salpicado de pequeñas urbanizaciones. Se ve que tampoco ha cambiado tanto nuestra forma de ser o de pensar. Vamos camino de una tierra jaspeada de pueblos hechos de piedra, de sentido común y de trabajo, al ritmo que permite la buena vida. Somos nosotros, aunque diferentes.

A unos y otros, en esta Europa que no sabe si volver al nacionalismo, nos iguala el sol, allí arriba. Lo reverenció siempre Albert Camus, ese que yace en una humildísima sepultura en el cementerio de Lourmarin. Estás ante su tumba, una piedra mínima y sin desbastar, casi sin darte cuenta.

La sencilla tumba de Albert Camus en el cementerio de Lourmarin, en mayo de 2022. (Foto: La Crónic@)

Porque este es el peregrinaje que quieres hacer para intentar entender tu vida. A ver cómo te explicas si no haber sido ese crío que leía «La caída», en edición argentina de «Losada», en un compartimento del expreso a Galicia, con Franco aún vivo. ¿Cómo justificar tu atónito interés al leer «La peste»? ¿Cómo las muchas veces que has vuelto a «El extranjero» y has temido llegar a ser el viejo Salamano? ¿Cómo no agradecerle a ese empedernido galán y fumador pied noir que fueras a encontrar el mayor consuelo leyendo «El mito de Sísifo»? ¿Cómo renunciar a visitar, siquiera en su rastro humano, al periodista más solidario y firme del siglo XX en este continente, el de los artículos de «Combat»?

Y es al salir del pequeño cementerio cuando Camus te regala su penúltima enseñanza.

Encaminas tus pasos hacia el castillo de Lourmarin donde te espera Jeanette, una casi octogenaria, de un vitalidad irrefrenable, que te cuenta entre risas la primera noche que pasó Camus en el pueblo, alojado en este viejo castillo, del que salió agradecido pero fugitivo a la mañana siguiente… camino del hotel

Ahora, en el exterior, ruedan una serie de televisión con la actriz Isabelle Huppert, de partenaire en una larga escena con una adolescente mulata y hermosísima en su fragilidad ante la vida y a la que, en la ficción del diálogo, parece que aconseja.

El equipo de rodaje se empeña en perseguirte por las calles de Lourmarin, ahora sin demasiados turistas. Junto a tu coche, una señal te pide que conduzcas tout doux, porque hay niños. Hay niños, sí, qué gran noticia.

Letrero cerca de un colegio, en Lourmarin, en el Luberon. (Foto: La Crónic@
Letrero cerca de un colegio, en Lourmarin, en el Luberon. (Foto: La Crónic@

El sol aprieta. Ese sol que Camus veneró en su Argelia natal y que en Francia compartía también el mismo cielo con su siempre querida España, la de los republicanos derrotados. Él, que nunca naufragó en la ebriedad de la victoria.

A pocos kilómetros, sin saber por qué, haces un alto en Lauris. No lo tenías previsto, pero el hambre, incluso a la temprana hora del país, aprieta. Bajo unas sombrillas, algunos vecinos comen, servidos desde lo que al mismo tiempo es magasin del pueblo. Además de la radiante camarera, un hombre orondo se asegura de que estás bien servido. Apenas te habla mientras comes. Es sólo al final cuando llega la sorpresa.

Habla un español perfecto, mejor incluso que el de todos aquellos que se te han dirigido en tu lengua desde que pisaste suelo provenzal. Cuando le preguntas por su nombre, responde desde el fondo de una sonrisa: «Leandro Pérez». De sorpresa en sorpresa, este paseante va conociendo la historia del abuelo republicano, derrotado pero no vencido, que se asentó aquí tras sobrevivir a la muerte de los campos de concentración y a las angustias de la Resistencia para hacer simplemente lo mejor que tenemos a nuestro alcance: vivir.

El círculo se cierra.

Leandro Pérez, nieto de un republicano español, en Lauris. (Foto: La Crónic@)
Leandro Pérez, nieto de un republicano español, en Lauris. (Foto: La Crónic@)

Habrá que avisar a los compañeros de LA CRÓNICA para que, cuando puedan, se acerquen a este corazón de la Provenza que aquí llaman Luberon, para escribir un puñado de reportajes sobre quienes han hecho del arte de vivir su mayor tesoro, entre paisajes que recuerdan a la Toscana y con fugaces encuentros con viajeros de aquí y de allá. Como esa pareja de luxemburgueses que a los cinco minutos ya te ofrecen su casa junto a Vianden, la del castillo que cantó el mismo Victor Hugo que pasó su infancia en Guadalajara, con su padre, el general napoleónico, alojado en el Fuerte de San Francisco y jugando a la sombra del Palacio del Infantado, donde ahora se cuentan los mejores cuentos.

A Chantal y a su marido, este paseante les regala una frase española, que no conocen: «la vida es un pañuelo». A veces, no sólo pequeño, sino también, limpio. Ríen y se despiden, hasta un incierto momento en que, quizá, volvamos a encontrarnos.

Es en el Luberon donde, una vez más, la vida se impone frente a la estupidez y vence a la prisa absurda. Como aquella que mató a Camus, con el joven Gallimard al volante, como si les urgiera llegar a la eternidad.

Yo también me despido de Marie, la de la casa rural que me ha acogido, y de su esposo. Ella, que trata a todos los clientes como una madre amorosa, con atenciones que nunca estarán incluidas en el precio.

Acuérdense del Luberon, aunque no lo conozcan, para conocerlo.

Es la esencia de la vida: descubrir y quizá así, descubrirnos vivos nosotros también. Bajo el mismo sol, un día de calor y de esperanza.

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