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25 abril 2024
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En Belval están construyendo el campus más impactante, un ejemplo para toda Europa

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"La danza es la arquitectura en movimiento". Lo dijo Jérôme Touzalin, ese dramaturgo francés capaz de reírse del mundo y de sí mismo, para entenderlo todo mejor.

En Belval, este 6 de julio de 2019 en el que los pasos te llevan hasta el límite de Luxemburgo con Francia, la arquitectura se une a la danza y todo se pone en movimiento hacia el futuro. 

Es día de fiesta en este sorprendente lugar, surgido sobre las ruinas de los antiguos altos hornos. Definir Belval como una ciudad es quedarse corto. Referirse a todo esto como un campus universitario, también, aunque quizá sea lo más ajustado a la realidad. 

Como hoy toca festival y la entrada a todo el complejo es gratuita, las explanadas y los espacios bajo las antiguas grandes naves están llenos de grupos de jóvenes y de familias bulliciosas. Muchos de ellos han venido en tren, hasta la novísima estación del ferrocarril, que les acerca a cualquier parte desde cualquier lugar en unos minutos. Al filo de la medianoche, algunos aprovecharán el último convoy para volver a casa; muchos otros, apurarán la madrugada entre música, charla y alcohol. Hoy, todos al aire libre. Otras veces, convocados por los espectaculos en el Rockhal, la gran sala de conciertos inaugurada en 2005.

Que la calle principal de Belval sea la Avenida del Rock'n Roll no es ninguna broma, sino algo muy parecido a la justicia poética. El número 1 está ocupado por dos inmensos altos hornos. Sus esqueletos relucientes, barnizada su herrumbre, son hoy una atracción turística divertida, con su punto de emoción… sobre todo para quienes van de una torre a otra, colgados de una tirolina, a 5 euros el corto viaje.

Lo más recomendable para el viajero ocasional, atónito ante lo que se le presenta, es asomarse al museo de la siderurgia que, con evocador sentido de la memoria, se llama "La Massenoire". Donde antes se almacenaban toneladas de desperdicio de la fundición, ordenados paneles (en francés) ilustran ahora sobre siglo y medio de minas y acerías, al servicio del capitalismo y su progreso a través del beneficio.

Hasta 25.000 obreros llegó a tener el complejo. Ya eran muchos menos cuando en 1997 echó el cierre. Propiedad de Arcelor Mittal (multinacional que tiene a la española Aceralia como socio de referencia), el final de la actividad industrial, por culpa de la globalización, terminó siendo una oportunidad para el conocimiento y el futuro.

Hasta ese momento de la historia, Belval no era más que un enegrecido barrio de Esch-sur-Alzette, la ciudad a la que sigue perteneciendo. Ahora, es el campus de la Universidad más moderna de Europa, una de las más pujantes del continente.

Con muchas hectáreas por delante, la Administración de este pequeño país decidió abordar un proyecto tan imaginativo como valiente: levantar facultades, comercios, edificios de servicios y viviendas… integrando en todo la esencia industrial del lugar. Parte de la financiación la aporta la propia Arcelor, todavía presente a lo lejos, con una relativamente pequeña planta de laminados. Nada que ver con el fuego de los antiguos altos hornos, pero tampoco con la impoluta limpieza de su sede en la capital, asomada al cauce del Alzette. El mismo río aquí que allí, pero en dos mundos que fueron tan distintos.

La consecuencia ha sido que en estos años se haya construido ya una enorme sala de conciertos, una incubadora de negocios, un edificio para la Administración, centros dedicados a la investigación científica, edificios para los Archivos Nacionales, centros deportivos, viviendas, locales de ocio… y, ante todo, fijado y abierto el emplazamiento de las diferentes ramas de la Universidad de Luxemburgo.

Cuando todo se culmine, los 30 edificios previstos ofrecerán 675.000 metros cuadrados para 7.000 estudiantes, 3.000 investigadores y las 25.000 personas que vivirán y trabajarán aquí.

La biblioteca, el mejor ejemplo
Con la mejor de las intenciones, hemos dejado para el final el que quizá sea en tan sorprendente lugar el más elaborado ejemplo de integración de los vestigios industriales, la arquitectura inteligente y el diseño al servicio del hombre: la Biblioteca de la Universidad.

Al modo de una gran nave que hubiera sustituido en su cubierta el gris por el blanco, en el interior conviven viejas tolvas de apabullante presencia con las mucho más livianas estanterías; por encima sobrevuelan poderosos arcos portantes que no son ojivales, sino pesadamente "siderúrgicos", como contrapunto a una sabia distribución de espacios, donde los colores juegan con la transparencia del aire. Merece la pena el viaje solo por andar sobre la mullida moqueta , que silencia tus pasos mientras atiendes a tanta pequeña maravilla, intentando retenerlo todo en la memoria. Lástima que las salas de descanso, incluida la de los tentadores divanes, estén cerradas…

Ya llevan invertidos 1.000 millones de euros. Les faltan otros tantos. El espectáculo de la reconversión puede, y debe, continuar. Es en Belval. En Luxemburgo, a tiro de piedra de Francia, con España en la lejanía.
 


 

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