La mayor duda en el arranque de la Feria de la Antigua era cuántos de los tres diestros de la corrida del jueves iban a bajar a hombros hasta el Paseo de las Cruces. ¿Uno? ¿Dos? ¿Los tres? Pues, no. Ninguno.
Al término del festejo se alineaban las furgonetas de las cuadrillas junto a la puerta de arrastre, camino de la calle Sigüenza. En un visto y no visto, los tres de luces ya estaban a resguardo en el hotel AC de la avenida del Ejército, sanos y salvos. Que no era poco a la vista de que Eolo, en un descuido, habría sido capaz, con sus arremetidas turbulentas, de convertir en peligrosos a cualquiera de los seis toros de El Pilar, de escaso peso y con pastueña nobleza como mayor virtud… para los toreros.
En el empeño de trasladar a los ruedos la mecánica del deporte, se podría decir que Ginés Marín y Roca Rey, con una oreja cada uno, ganaron a los puntos.
Manzanares se fue de vacío, pero entero. Ya en su primero, el vendaval le desarmaba la muleta cuando la empuñaba con la derecha y, aun así, lo intentó al natural, la mano de su ya casi eterna muñequera negra. El engaño volaba como una tienda de campaña en el Everest en plena ventisca. Casi entera y desprendida fue la estocada de quien antaño mataba recibiendo. El toro se tragó la muerte sobre la segunda raya, en un arrebato de casta que levantó los aplausos de los tendidos en el camino del moribundo hacia los medios. En el que hacía cuarto, José María Manzanares comprobó cómo el toro no resistía en pie el toreo fundamental y por bajo. En las postrimerías de la faena llegó a ofrecer algunos buenos naturales, justo antes de pinchar al volapié.
Andrés Roca Rey, denostado por muchos, es honesto en su toreo, que no tiene por qué gustar a la Humanidad entera. Lo que tuvo enfrente este jueves en Guadalajara pesaba 200 kilos menos que lo que había lidiado días atrás en Valladolid. Sutiles diferencias que, sin embargo, no impidieron que el público se metiera en sus faenas, superando el barullo general con el que había arrancado –viento va, viento viene– el festejo.
Con dos tandas por la derecha, el peruano (que es español desde hace años) ya se había ganado a toda la plaza, aunque fuese frente a un toro protestado de salida. Incluso dibujar trincherillas era un triunfo, según soplaba. Dado que pinchó reiteradamente, todo quedaba pendiente del quinto, donde Roca esgrimió el guion habitual: dejar el toro sin picar para iniciar con pases cambiados por la espalda, seguir con dos tandas por la derecha (que aquí fueron tres) y otra más por la izquierda para pasar a encajarse entre los pitones y terminar con variedad de alardes. La estocada, entera, le valió la oreja.
Visto lo que gustan en la capital de La Alcarria los adornos y las florituras varias, no debió sorprender a Ginés Marín la respuesta que lograba en los tendidos de sol con sus miradas hacia las peñas en el sexto. Hay que reconocerle que, además de la farfolla, también enjaretó a su oponente los derechazos más largos y más sentidos de toda la tarde. Pero como pinchó, no tocó pelo en el que cerraba plaza.
La faena más aplaudida de Ginés Marín en Guadalajara, entre viento y polvareda, fue la del tercero. Aplicó eso que los gacetilleros llaman ahora toreo «macizo», que es como reconocer el mérito del trabajo por encima de la ensoñación del arte. Arribado a la barrera del 1 templó y mandó, protegido en estos terrenos del vendaval. Hubo oreja y gallo desde el tendido.
Para este viernes de Ferias, se espera que reine el arte sobre la seca arena de Las Cruces. Y puede que no llegue, pues ya se sabe lo veleidosa que es la inspiración. Talavante, Juan Ortega y Pablo Aguado componen el cartel donde muchos añoran al ausente Morante de la Puebla.
A la vuelta de la corrida, se lo iremos contando.
Primera corrida de Ferias 2024. Cerca del lleno. Toros de El Pilar, escasos de presentación y con mal juego. José María Manzanares, ovación tras leve petición y silencio; Roca Rey, silencio y oreja; y Ginés Marín, oreja y silencio.