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20 abril 2024
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ATILANO RODRÍGUEZ / Digamos «no» a la cultura de la muerte

Esta cultura, en la que se defiende la libertad absoluta, la supremacía del fuerte sobre el débil y la muerte sobre la vida, afecta hoy a muchas personas en nuestra sociedad.

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Durante el tiempo de Navidad, la Palabra de Dios nos recuerda que hace más de dos mil años en Belén de Judá, pequeño pueblo de Israel, en un pesebre, de María Virgen, nació Jesús, el Salvador anunciado por los profetas y que los hombres esperaban. Él ha querido acampar entre nosotros para mostrarnos el amor del Padre y ofrecernos su salvación.

En aquel tiempo, los poderosos, considerándose auténticos dioses, muestran su rechazo a la presencia en el mundo de Jesús, el Rey de reyes. Incluso, como celebraremos el próximo día 28, fiesta de los Inocentes, quienes detentaban el poder civil manifiestan su desprecio a la vida humana, promulgando una ley con el fin de eliminar a todos los niños nacidos por aquellas fechas, pensando que así podrían dar muerte al Mesías de Dios.

En nuestros días, son muchas las personas que, desde una concepción ilimitada de la libertad, crean su propia verdad sin atenerse a criterios objetivos. Apoyados en el relativismo y, en última instancia, en el nihilismo, intentan construir una nueva realidad. Con estos presupuestos, es preciso prescindir de Dios, de la familia y de las normas morales pues son obstáculos para la implantación social de su libertinaje.

Desde aquí, resulta también normal dar el salto al egoísmo como comportamiento de vida, pues cada uno buscará los intereses personales como bienes supremos. Es más, no existirán leyes o normas morales que liguen al ser humano a nada ni a nadie por encima del propio bienestar. Esta parece ser la filosofía actual cuando se habla del progreso y de la necesidad de ampliar los derechos y libertades sociales, sin reconocimiento de normas morales objetivas a las que el ser humano deba ajustar su conducta.

Ambiente de relativismo

Esta cultura, en la que se defiende la libertad absoluta, la supremacía del fuerte sobre el débil y la muerte sobre la vida, afecta hoy a muchas personas en nuestra sociedad. Con esta mentalidad actúan hoy quienes defienden sin escrúpulos el aborto y la eutanasia, como signos de progreso y como posibilidad de decidir sobre la vida de sus semejantes. Para ellos, es más fácil eliminar a los demás que cuidar de ellos.

En este ambiente de relativismo, el Congreso de los Diputados aprobaba el pasado día 17 la ley reguladora de la eutanasia. Sin culpar a nadie por la aprobación de esta ley, pues cada uno tendrá que dar cuenta a Dios de sus obras y decisiones, pienso, no obstante, que todos deberíamos hacer un examen de conciencia pues, en mayor o menor medida, con nuestra indiferencia y superficialidad, somos culpables de la aprobación de estas leyes que atentan contra la vida de nuestros hermanos. Cuando un grupo mayoritario de personas en el seno de la sociedad acepta con indiferencia la aprobación del aborto y la eutanasia, se pone de manifiesto la existencia de una enfermedad espiritual y una deformación moral que precisan ser curadas. Quiera Dios que se reavive la conciencia y aumente el compromiso de todos a favor de la vida.

Con mi sincero afecto y bendición, feliz año nuevo.

Atilano Rodríguez
es Obispo de Sigüenza-Guadalajara

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