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4 octubre 2024
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El PASEANTE / Avión con sorpresa

Estamos juntos. Sabemos que no podemos escapar. Abajo está el resto del mundo. Arriba, nosotros, los miembros de este ocasional grupo que se agita, alborozado, por cualquier estímulo, por nimio que parezca. No es "La montaña mágica", pero lo recuerda.

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Viajar no es un placer, pero entretiene. En eso se parece mucho a la vida, con lo cual la enseñanza de cualquier vuelo puede sorprendernos y sernos de aplicación. Como este, en el Puente de la Ascensión, el de la Virgen de agosto.

El Boeing 737 va lleno. Para tranquilidad de los presentes, es lo bastante viejo como para no ser de la serie MAX, esos que tienen por costumbre precipitarse contra el suelo o perder una puerta sin avisar.

A sus 16 años, avanza por la pista ya oscurecida, después de un retraso de dos horas.

Así las cosas, que dejen las luces apagadas tras el despegue, como críos en una guardería, no deja de ser un alivio.

El avión tiene luces como de confesonario. O, más exactamente, ha dejado a todo el pasaje en esa penumbra que anima al examen de conciencia y al propósito de la enmienda. Pero dura poco.

A la media hora de abandonar Madrid, el sobrecargo y las azafatas sacan a pasear los trolleys llenos de un híbrido entre donuts y bocadillos, más la bebida.

Esa cena inesperada ha levantado el ánimo del personal y el estrecho fuselaje de la aeronave se ha convertido, como por ensalmo, en el comedor del balneario de Davos, el de «La montaña mágica», el de Thomas Mann.

Estamos juntos. Sabemos que no podemos escapar. Abajo está el resto del mundo. Arriba, nosotros, los miembros de este ocasional grupo que se agita, alborozado, tras cualquier estímulo, por nimio que parezca.

La parábola está servida. Como la magra cena, gratuita e inesperada, del avión.

Empezamos a descender. Pronto habremos aterrizado. Y Hans Castorp, su seguro servidor, se despide.

Que todos volvamos a casa.


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