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7 octubre 2024
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«Falling in Love» en Berlín entre Gaultier y Caspar David Friedrich

Si algo une al poeta y pintor del siglo XVIII que fue William Blake con los artistas del siglo XXI que nos ofrecen este espectáculo de "Falling in Love" en Berlín es la imaginación. En la misma ciudad donde otros se extasían ante una memorable antológica de Caspar David Friedrich. Dos buenos motivos para visitar Alemania, si es posible. Incluso más allá del fútbol.

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Sólo si es miércoles el que llegue a Berlín se quedará sin el espectáculo que se forma desde las seis y media de la tarde, cada tarde, en Friedrichstrasse, a la altura del recuperado Palast Berlin. El edificio, de agradables evocaciones modernistas, es en sí mismo un ejemplo de lo que los berlineses han vivido, gozado, sufrido y resucitado a lo largo de su historia.

En el vestíbulo se dejan ver, como homenaje, algunos elementos del edificio del siglo XIX. Del que luego levantaron allí los comunistas de la RDA nada queda, pues tuvo que ser demolido tras la caída del Muro, por defectos de los materiales empleados. Ahora lo que se muestra es un teatro tirando a colosal, con el mayor escenario del mundo y unos espectáculos que como el actual «Falling in Love», van un paso más allá de lo que se encuentra por otras latitudes.

Salvo los miércoles, que es el día en que descansa la compañía, una hora antes del inicio de la función ya hay personas esperando a que abran las puertas por el simple placer de entrar, tomarse una copa de champán y sentarse en cualquiera de los mullidos sillones.

Dentro esperan más de 1.800 localidades, que se llenan de un pueblo variopinto, desde animosísimos jubilados a madres que llevan a sus hijos para una lección festiva de tolerancia, parejas en todas sus variantes que luego jalearán los distintos números y muy pocos españoles. Entre los 400.000 que han aplaudido hasta ahora «Falling in Love» escasean los celtibéricos, atrapados en la Gran Vía. Hay vida más allá de los Pirineos.

Un enorme escenario para un espectáculo indescriptible

Con buen criterio, la empresa extrema el celo para que no se inunden las redes de fotos y videos de «Falling in Love«. Está prohibido tirar de smartphone, justificadamente.

El derroche de medios puesto en escena se cuantifica en una inversión inicial de 14 millones de euros, un Jean Paul Gaultier que es un buen reclamo pero que, al menos a juicio del arriba firmante, palidece ante las maravillas de la escenografía y de los números coreográficos que forman un crescendo imparable durante las dos horas del espectáculo, junto con los puramente circenses, incluso más allá del soleil que a tantos ilumina. Los 100 millones de cristales de Swarovski que se han empleado son otra guinda a este pastel.

Para el español atento, observar las reacciones del público en el extranjero es un show paralelo, muy reconfortante. En este «Falling in Love» berlinés, una de las ovaciones más sentidas las reciben cada noche las treinta vedettes por un número genial en su elegancia, imaginación y coordinación, que habría dejado ojiplático a cualquier espectador del Lido o del Moulin Rouge, desde el principio de los tiempos.

Los asistentes a este derroche, octogenarios incluidos, se rebosan de entusiasmo con las canciones más cañeras o cuando llueve sobre el escenario o cuando una sirena de formas imposibles se mueve de modos impensables o cuando dos acróbatas surcan el cielo de este enorme recinto o cuando unos gimnastas queman las palmas de las manos de los que no paran de aplaudirles o, de forma reiterada, ante el apabullante cambio de escenas y de escenarios. Alguien lo imaginó y lo ha hecho.

¿Pero de qué va «Falling in Love»? Se lo preguntará el lector y es lo menos importante, aunque se recurra a un poema de William Blake («El jardín del amor») como razón del argumento. La historia se explica, en alemán o inglés, como una huida del lado oscuro de la vida y un canto a la tolerancia. Lo es, tanto como la bandera arcoíris de uno de los mástiles de la calle, la misma bandera que en otras partes algunos descerebrados se entretienen en quemar.

Si algo une al poeta y pintor del siglo XVIII que fue Blake con los artistas del siglo XXI que nos ofrecen este espectáculo es la imaginación. El ingles veía ángeles desde pequeño. Ahora, en la vida real, nos rodean demonios con demasiada frecuencia. En medio, espectáculos como «Falling in Love» son un regalo, con entradas desde 30 euros en adelante.

Caspar David Friedrich, hasta agosto

Y si queremos probar no muy lejos de allí, pero con otros horarios, lo que da de sí observar a los germanos en su salsa, en su ciudad y en sus cosas otra gran opción es acercarse hasta agosto a la Alte Nationalgalerie. No hay que confundirla con el Altes Museum, que también está en la Isla de los Museos pero tienen bien poco que ver.

De los habituales reclamos de esta pinacoteca se mantiene la sala de los impresionistas, magnífica, pero hasta el 4 de agosto la peregrinación es por Caspar David Friedrich, quizá el pintor más idolatrado por sus compatriotas. Y esos son los que se detienen con veneración ante sus óleos. E incluso ante las copias, cuando los originales se perdieron bajo las bombas de Carnicero Harris en la Segunda Guerra Mundial.

Es una exposición única y que no hay que dejar de ver, si Berlín nos sale al paso.


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