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7 octubre 2024
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Razones para visitar una exposición en Guadalajara: es gratis y te enseña a mirar

La realidad está ahí, en el Museo Sobrino de Guadalajara, tan irreal como debe ser, para soportarla mejor. Enrique Delgado sabe mirar y ahora sólo espera que tú lo veas. Es gratis.

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Guadalajara tiene un tesoro llamado Museo Francisco Sobrino y, en lógica consecuencia, la ciudad lo ignora. No hay que espantarse por eso, ya que es lo que vienen haciendo desde hace siglos los que por aquí habitan con sus convecinos más valiosos y con lo mejor de esta capital devenida en dormitorio multinacional con forma, informe, de ciudad.

Escrito el prefacio, vayamos a lo mollar: Enrique Delgado es un gran fotógrafo, porque él ha querido. Eso ya le pasó a Goñi en su día. Y a Santiago Bernal, después. Son tantos los artistas en esta disciplina que se han ganado la vida con otro oficio (ingeniero, relojero o maestro, tanto da) que algunos pueden llegar a pensar que está al alcance de cualquiera que tenga un teléfono móvil en el bolsillo y un dedo con el que apretar el obturador virtual.

Obviamente, la realidad es otra.

Y otra es la realidad que presenta Enrique Delgado en las paredes temporales del museo.

El reto de la fotografía, atormentada por la profusión hasta casi el infinito de las imágenes que transporta Internet, es reivindicarse con su esencia: mirar para saber ver.

No basta con plantarse ante algo para poseerlo, tanto si hablamos de una pieza de caza en la sabana como de otro ser humano delante de un lecho o de una escalera mecánica que, a la gallega, sube mientras baja.

Tríptico denominado «Historia interminable», de Enrique Delgado. (Foto: La Crónic@)

Es precisamente el tríptico de esa «Historia interminable» el que más ha conmovido a este periodista. No es el único que encierra humanos en los cuatro lados de la imagen, pero sí el que refleja con más crudeza la tristeza de la soledad acompañada. Pruebe el lector a ponerse ante esa imagen y luego haga balance: quizá a usted le dé la risa y deje por gilipollas a este que les escribe. Siempre será una simple cuestión de criterios.

Enrique Delgado es un hombre tranquilo, de un modo muy distinto al irlandés de John Ford. Tampoco ha andado nunca por la vida como John Wayne sino como un impenitente observador.

Sin saber mirar no habría sido posible esta exposición. Ni sin su técnica, tanto la que se aprecia como la que pasa desapercibida. Ni sin su atinada habilidad para saturar el color hasta el punto exacto de lo que debe ser para dar forma a un mensaje sin palabras. Ni en su habilidad para jugar con el encuadre como un niño feliz, que en el fondo es lo que sigue siendo Delgado a pesar de su edad.

Acudan al Museo Sobrino si aún no lo conocen, como es probable. Allí se encontrarán una exposición permanente digna de visita en un entorno casi mágico, de bien diseñado como lo dejaron los autores del proyecto que un anterior ayuntamiento pagó para dar nueva vida a lo que fue matadero municipal. Y hasta el 18 de febrero de 2024 tendrán al alcance de sus retinas un buen puñado de grandes fotografías de Enrique Delgado, en un soporte y con un cuidado que facilita su contemplación y la admiración de quien lo hace. Tanto, que los títulos se quedan en meras ocurrencias, prescindibles.

Reparen en la puerta de balonmano sobre fondo verde. En esa marina desenfocada, con un desconchón de nitidez en su centro. Incluso en cómo un solar, de esos que asolan Guadalajara, puede ser obra de arte. O dejen que su alma de refleje en los reflejos de algunas de las mejores composiciones de esta muestra singular.

La realidad está ahí, tan irreal como debe ser, para soportarla mejor. Enrique Delgado sabe mirar y ahora sólo espera que tú lo veas.

Es gratis.


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