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25 abril 2024
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EL PASEANTE / En busca de un café con churros en Guadalajara

Lo auténtico es irrepetible. E irreemplazable. No hacía falta que viniera el virus para enseñárnoslo, aunque lo ha hecho.

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El 11 de mayo de 2020 ha sido posible volver a desayunar café con churros en Guadalajara. Este paseante que les escribe lo ha conseguido sin tener que andar mucho, pero buscándose las mañas. Nada es como fue y quizá nunca lo vuelva a ser para muchos, especialmente para los que han perdido a algún ser querido en estos dos meses largos de asoladora pandemia.

El churrero del Mercado hace tiempo que abandonó las cercanías de la Plazuela de Don Pedro para reubicarse junto a la ermita de la Antigua. Allí es dónde ha vuelto abrir hoy, junto al kiosco de prensa que cerró hace tiempo y que ya nunca revivirá. Fue el sábado cuando el churrero limpió y reformó lo que tenía que reformar: así ha sido como este lunes ya estaba, incluso antes del amanecer, atendiendo a sus primeros clientes. Lo hace ahora protegido por mascarilla y, sobre todo, por una todavía transparentísima pantalla de metacrilato, que solo deja espacio para intercambiar sin riesgo de contagio porras, o churros, por monedas.

Lo del café exige orientarse y caminar hasta los aledaños de Santa Clara. Allí, un bar ya reabrió hace días con el ánimo de servir a quien fuera a recogerlo. El take away que dicen los que saben (o creen que saben) la lengua de Shakespeare. Mientras la mayoría de sus colegas andan cavilando si les sale a cuenta abrir terraza a medio gas, el matrimonio del bar «Santa Marta» recibe a los parroquianos, hasta un máximo de tres simultáneamente, con el local lleno de parapetos. Un biombo impide el paso más allá de la esquina del mostrador; varios taburetes te evitan encimarte más allá de lo prudente; el dinero se deja en un platillo y de allí se recogen las vueltas… Todo sea por tomar, por primera vez desde el inicio del inacabable estado de alarma, un café con leche de los de bar aunque no sea en vaso de caña sino en vasito de PEFC 100%, cubierto con su tapita y con una leyenda que le corre el lateral: «Caution contents hot». Los dedos del paseante ya lo habían notado, sin necesidad de avisos políglotas.

De vuelta a la realidad de cada día –que más que nueva realidad es una realidad de medio pelo y de presidiario en tercer grado– Ascen de Blas sigue plantada delante de su librería, papelería, oráculo y remanso aún lleno de esos periódicos en papel que cada día son más difíciles de vender antes de que caduquen. El 30 de junio se va, con los 80 años cumplidos y de la mano de su hermana. Cierra el negocio, que hace tiempo dejó de serlo. Habrá muchos que la echarán de menos, como al café con leche en vaso de caña, corto de café y acompañado de cuatro churros aún calientes, tomado entre funcionarios somnolientos y con las noticias de La 1 bisbiseando desde las alturas, en un televisor al que nadie atiende. 

Un café de bar no sabe igual llevado a casa. Un periódico no se lee igual sin el prefacio de la charla con Ascen o con la de cualquier otro kiosquero de guardia.

Lo auténtico es irrepetible. E irreemplazable. No hacía falta que viniera el virus para enseñárnoslo, aunque lo ha hecho.

Aprendida la lección, ya está tardando el bicho en marcharse para nunca más volver. Que aún no se ha ido.