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9 abril 2024
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Namur: qué ver, qué hacer, qué vivir en la capital de Valonia

Namur es la capital de Valonia, la región francófona de Bélgica. Los méritos de esta ciudad son muchos y originales. Si tienes un rato, te contamos algunos.

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A la mayoría de las capitales europeas les basta con un río: París tiene el SenaLondres, el TámesisMadrid… el cauce de lo que un día fue el río ManzanaresNamur vive entre dos: el Mosa y el Sambre. ¿Chulería? Nada de eso. Los méritos de esta ciudad son otros y mucho más originales. Si tienes un rato, te contamos algunos.

Namur es la capital de Valonia, la región francófona de Bélgica. Ten en cuenta  que en flamenco la llaman Namen y es así como la encontrarás rotulada no sólo en Flandes, sino también al salir de Bruselas y hasta a apenas 50 kilómetros del destino. Así pues, bien atentos para evitar despistes al volante. Por cierto: se tarda apenas una hora en llegar a Namur desde Bruselas en tren, una muy cómoda alternativa para evitar atascos… que los hay.

El camino, vengas de donde vengas y lo hagas en coche o en tren, no es largo y compensa. Ya se sabe que por esta parte de Europa no hay distancias.

De capital, pero sin soberbia

Lo de ser “de la capital” parece que no ha alterado lo más mínimo a los namurois. Visto, oído y charlado con quien quieras, verás que son gente tranquila, de carácter afable, dispuestos a orientarte.

Su concepto de la buena vida tiene aplicación práctica en las muchas terrazas que se desparraman por todo el casco antiguo, en el deambular pausado por la amplia zona peatonal y comercial… o en las animadas conversaciones mientras almuerzan cualquier día del fin de semana, entre amigos, en familia. Casi como en España, pero a lo valón.

Charla distendida en una terraza en el centro de Namur. (Foto: La Crónic@)

Las peleas, sobre zancos 

Para diferenciarse, en Namur mantienen sus propias tradiciones. Algunas tan antiguas como las de las luchas sobre zancos, documentadas al menos desde el siglo XV. Desde entonces, el combate para conseguir el “Zancudo de Oro» es en sí mismo una gran atracción el tercer domingo de septiembre, coincidiendo con las Fiestas de Valonia. Los participantes, vestidos de una manera muy peculiar, se colocan en dos filas enfrentadas. Hay que tirar al adversario. El último que resiste, gana. Entre sus espectadores estuvo, hace ya más de cinco siglos, exactamente en 1515, Carlos V, cuando se acercó para tomar posesión como conde de Namur. Años más tarde, a su hijo Felipe II le gustó tanto la experiencia que se la tuvieron que repetir dos días después.

El teatro de Namur, en su plaza. (Foto: La Crónic@)

Un premio para el más mentiroso

No es la de los zancos la única originalidad de Namur, aunque quizá sí una de las más vistosas. Si eres de los que se fijan en los detalles, quizá caigas en la cuenta de que frente al Teatro de Namur hay una solemne silla de piedra, bastante desgastada. ¿Para qué puede servir, además de para descansar un rato entre tanto paseo?

La silla de los mentirosos, en Namur. (Foto: La Crónic@)

La historia nace del señor con bigotes cuya efigie está ahí lado: Nicolas Bosret, compositor de “Li Bia Bouquet”, el himno popular de Namur y uno de los fundadores del Círculo de los Mentirosos. Cada año, cuando llegan las Fiestas de Valonia, los cofrades de la “Sociedad Moncrabeau” eligen al “Rey de los Mentirosos” entre siete candidatos, que improvisan (si es posible, en valón) la mayor y más contundente sarta de mentiras posible. El ganador, además, pasa a ser nuevo cofrade, con todos los honores.

Interior de la catedral de Namur. (Foto: La Crónic@)

Una catedral con diablo dentro

La catedral de Namur es bella por fuera y de una ligereza sorprendente por dentro. Agrada entrar y verte envuelto en una claridad tan inesperada. Nada es sombrío. Como corresponde a la rivalidad episcopal del siglo XIX, el púlpito es espectacular, obra de Geerts, según se puede comprobar en la peana. Pero, por favor, fíjate bien.

El mismo año en que Marx y Engels publicaban el “Manifiesto Comunista”, en París ardía una revolución, México perdía la mitad de su territorio en guerra con Estados Unidos y en Mataró se apresuraban para acabar el primer tramo de ferrocarril de España, entre los obispos valones se entablaba un singular combate por ver quién conseguía el diablo más bello. ¿Qué no me crees? Observa el púlpito de la catedral de Namur.

Púlpito de la catedral de Namur. (Foto: La Crónic@)

El conjunto es hermoso, deslumbrante por sus dimensiones. Presta más atención al personaje que se cierne desde el fondo: en efecto, es Satán. La obra está fechada en 1848, el mismo año en que en la cercana Lieja, por fin colocaban también en el púlpito de su catedral la diabólica y espléndida escultura de Guillaume Geefs; lo hacían seis años después de que a su hermano Joseph le rechazaran un primer encargo por reflejar al diablo más como un apetecible efebo que como un ser terrible. Qué lejos queda aquella pasajera costumbre que tan buenos resultados estéticos tuvo. 

Púlpito de la catedral de Namur. Detalle. (Foto: La Crónic@)

Esta peculiar catedral, frente por frente con el antiguo palacio episcopal, es consecuencia directa de las terribles inundaciones de 1740, que de la antigua colegiata sólo había dejado en pie la vieja torre. El italiano Gaetano Pisoni trazó los planos y en pocos años estaba todo casi completado, incluso la complicada y admirable cúpula que todavía hoy nos asombra. En la cartela queremos traducir algo así como «Controlando a sus enemigos con palabras inspiradas en la fe, tomando en sus manos Maguncia, su cabeza cortada, Auben, en el nombre admirable – blancura, pureza, alabando a Dios, bien merece estar en el cielo con los Ángeles», que luego confirmamos pertenece a un himno para loar al santo.

Con tanto que mirar, es fácil no caer en la cuenta de que cerca del altar mayor hay una placa con otra prolija inscripción, donde dicen reposa el corazón (¡¡¡????!!!) de Don Juan de Austria; el resto de sus restos están en El Escorial

El satanismo como una de las bellas artes

Lo de los devaneos satánicos quien se lo tomó con mayor empeño en Namur no fue ningún clérigo, sino el hijo de Nicolás Rops, aquel acaudalado comerciante local que quizá nunca supiera (pues murió meses más tarde) que en ese 1848 al que hacíamos referencia su quinceañero hijo Félicien ya demostraba una acreditada facilidad para dibujar caricaturas de sus profesores. Décadas después, pasaría a la historia del arte y de la libertad del pensamiento como uno de los genios del simbolismo y del “decadentismo” en el París del último tercio del siglo XIX. Tanto, que de él escribió Baudelaire“Rops es el único verdadero artista –en el sentido en que yo entiendo, y quizá sólo yo, la palabra artista– que he encontrado en Bélgica”. Y no se lo decía a un cualquiera sino a Manet, en 1865.

¿De qué hablarían Rops y su admirado Baudelaire en 1866, en una de las ocasiones en que consiguió que el poeta le visitara en la ciudad? Dicen que fue saliendo de Saint Loup cuando sufrió un brutal ataque que le hizo desplomarse en el suelo, una de las últimas manifestaciones de la sífilis que terminaría por matarle meses más tarde. Quedó sin voz y hemipléjico, un doloroso final para una existencia tormentosa.

Namur. Exterior de Saint Loup. (Foto: La Crónic@)

A los que prefieran rendir culto al poeta no les queda otra que ir al cementerio de Montparnasse, en la capital francesa. Quienes quieran saber más de Félicien Rops no tienen que moverse de Namur, sino buscar su museo. Es un lugar admirable, tanto por el contenido como el continente. La exposición es abundantísima, llena de dibujos, grabados y óleos dignos de atención. No faltan tampoco los recursos museísticos a la moda, como ese sillón orejero que te habla al oído y que nadie debería dejar de probar.

¿Cuántos países serían capaces aun hoy de prestigiar y prestigiarse con un erotómano confeso, un pornógrafo recurrente, un provocador compulsivo como Rops? En Bélgica lo han conseguido con toda naturalidad. Es de justicia agradecérselo, quizá descansando un rato en el silencio del patio, admirando cómo el arte se sube literalmente por las paredes entre el aroma de las plantas que tanto amó el artista.

Namur. Jardines de la casa museo de Félicien Rops. (Foto: La Crónic@)

Coros y confesionarios en Saint Loup

El propio Baudelaire definió a su modo la iglesia de Saint-Loup, que rivaliza incluso con la catedral en belleza y valor arquitectónico. En un francés fácil de entender la describió como «Merveille sinistre et galante. Saint-Loup diffère de tout ce que j’ai vu des jésuites. L’intérieur d’un catafalque brodé de noir, de rose et d’argent. Confessionnaux, tous d’un style varié, fin, subtil, baroque, une antiquité nouvelle. L’église du Béguinage à Bruxelles est une communiante. Saint-Loup est un terrible et délicieux catafalque».

Confesionario en la iglesia de Saint Loup, en Namur.
Confesionario en la iglesia de Saint Loup, en Namur.

Los confesionarios siguen estando allí, impresionantes por sus dimensiones y su trabajado detalle. Pero no dejes de mirar hacia lo alto, hacia el cielo al que todos aspiramos: en Saint Loup se ha convertido en puro encaje.

Bóveda de la nave central de la iglesia de Saint Loup, en Namur. (Foto: La Crónic@)

 Namur, una ciudad para callejearla 

Namur. Plaza del Ángel. (Ilustración: La Crónic@)

Plaza del Ángel

El centro de Namur, por lo histórico y por lo comercial, no tiene nada de diabólico y sí bastante de celestial. Tanto, que su núcleo está en la Plaza del Ángel y discurre en un buen tramo por la calle del Ángel, en competencia directa con la Rue de Fer.

La razón de tan angélico nombre le viene, eso sí, de un motivo muy terrenal como es una fuente pública, de las que a finales del siglo XVIII aún eran esenciales para el suministro del vecindario. Olvidada la fuente, queda el angelote que toca la trompeta y, a su alrededor, las tiendas más concurridas y un lugar de encuentro muy utilizado por propios y extraños. ¿Dónde mejor para quedar?

En una esquina, a la altura de un primer piso, encontramos la hornacina más venerada de la ciudad y en su interior, la imagen de Notre-Dame de la Délivrance, a la que las parturientas se encomendaban para dar a luz sin complicaciones.

De aquí, a Compostela

No te extrañes demasiado si tus pasos por Namur te hacen encontrarte con alguna vieira de bronce en el pavimento. Sus razones tienen para estar ahí, habida cuenta la intensa pasión por el Camino de Santiago que ha tenido siempre esta ciudad, hasta el punto de que uno de sus vestigios más antiguos es la Torre de Santiago, levantada 1388. Siguiendo las conchas también se recorre sin pérdida lo más relevante del centro histórico.

Vista de Namur desde la Ciudadela. (Foto: La Crónic@)

¿Y qué hay de la Ciudadela de Namur?

Con todo lo escrito hasta ahora y lo mucho que nos dejamos por contar, entenderás que hayamos dejado para el final el monumento más conocido y “evidente” de Namur. La ciudadela, que ya existía durante el período de dominación española, es sin duda la atracción turística más recurrente. Desde hace pocos años, aconsejan plantarse en el flamante Centro de Visitantes Terra Nova. Es de allí de donde parten las visitas organizadas para recorrer tanto los subterráneos como la superficie, con el confortable trenecito. Las explicaciones, eso sí, en francés, neerlandés, inglés o alemán.

La Ciudadela es un recinto del que los namurois están orgullosos y bien que pueden estarlo, por su historia y su utilidad práctica como enorme parque para el ocio de parejas y familias. Para el visitante foráneo, sus 7 kilómetros de subterráneos quizá no sean lo más emocionante que uno pueda encontrar en Namur.

Desde mayo de 2021, está en servicio un teleférico que lleva al visitante en apenas 7 minutos desde el río hasta la Ciudadela (y a la inversa) por 6,5 euros el billete de ida y vuelta. Las vistas son, obviamente, impresionantes y la experiencia, simpática. De eso y de mucho más puede enterarte en una anterior información de LA CRÓNICA, que puedes recuperar desde aquí.

Puestos a elegir, una mucho mejor vista de la Ciudadela puedes hallarla a la sombra de una terraza de la Rue des Brasseurs, resolviendo a orillas del Sambre la duda entre una “Blanche de Namur” o una “Houppe”, por aquello de hacer patria local cervecera aun siendo forastero.

Un grupo de boy scout despliegan en esos momentos al pasar por delante de las mesas todo el catálogo de alegría infantil y adolescente. Por un momento, jurarías haber reconocido en el grupo al mismísimo Tintin. No ha sido así. Además, tu aventura en Namur ya se acaba.

No hay más que escribir la palabra inevitable:

FIN
 


¿… Y QUÉ MÁS PUEDO VER?

• Museo de Arte Antiguo de Namur
Hôtel de Gaiffier d’Hestroy
Rue de Fer 24 

5000 NAMUR 

Abierto todo el año (excepto lunes)
De martes a domingo: 10:00 – 18:00

Ubicado en una residencia patricia del siglo XVIII, rehabilitada en el siglo XIX. Colecciones de la Edad Media y del Renacimiento procedentes de Namur. Colección del pintor paisajista Henri Bles. También incluye el Tesoro de Oignies, conjunto de orfebrería del siglo XVIII. 
 


Para más información:

Oficina de Turismo de Valonia (www.belgica-turismo.es)

Información muy completa y en español, con todo lo que puedes necesitar para preparar tu viaje a Namur.