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23 abril 2024
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EL PASEANTE / Guadalajara tiene un problema con los bancos

La cosa hoy va de bancos, en su ausencia o en su decadencia. Si hacer lo pequeño es tan difícil, alcanzar lo más ambicioso cómo será...

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Ponernos de pie nos hizo humanos pero sentarnos es el propósito permanente de nuestra existencia, sobre todo cuando estamos cansados. Caminar erguidos es el símbolo de nuestra evolución como especie, aunque en las calles de Guadalajara es mejor hacerlo con la cabeza no muy al frente, para no perder de vista el suelo y así no untar la suela de los zapatos en excremento de perro o en sus orines, con o sin acompañamiento líquido por parte de sus dueños. Los que siguen a este paseante, que algunos son, ya saben de qué hablamos

Pero la cosa hoy va de bancos, en su ausencia o en su decadencia.

No nos referimos a los que prestan dinero en condiciones aberrantes, ni a los que nos maltratan con la ausencia de personal en sus oficinas como si hacer una gestión con ellos fuera más difícil que acceder al Altísimo, que por allí se andan los unos y el Otro. Lo que nos ocupa hoy es algo más sencillo: cómo hacer para reposar las posaderas y, a ser posible, sin calentarnos la cabeza y sin tener que consumir en la terraza de algún bar.

Lo de sentarse en las ciudades lleva camino de convertirse en un imposible, una aspiración entre nostálgica y viejuna, como lo son aquellos urinarios que antaño la municipalidad se esmeraba en repartir por lugares estratégicos y, ya puestos, en condiciones de uso sin provocar bascas ni chapoteos.

En la Guadalajara del año 23 del siglo XXI el urinario público más salubre es el que está en el Jardinillo, puesto que lleva mucho más de medio siglo bajo tierra, a salvo de un mal uso. El de la Concordia, cerca de la Mariblanca, es un ejemplo de todo lo contrario.

Existen otros, de diseño high tech, que Alejandro Ruiz incluyó en su programa de gobierno con Román en 2015, sabedor de que era un compromiso de la contrata de la limpieza, con lo cual terminó haciéndose realidad. Ahora, pasado el tiempo, puede ser una experiencia inquietante hacer depender el control de la vejiga de que el botón verde te abra la puerta del paraíso o no y que este se mantenga limpio… o no.

Y luego nos quejaremos de que ancianos de bragueta fácil y próstata hinchada se alivien detrás de los setos de los parques, a la vista del incauto.

Pero hablábamos, o lo pretendíamos, de los bancos de la ciudad antes de dispersarnos por los mingitorios locales y aledaños.

Valga para nuestro caso el ejemplo último, el del banco desmontable de plaza de Lope de Haro, cuya imagen encabeza este artículo y que en este Día de la Madre recibía a sus improbables usuarios sedentes partido en dos, al ladito de la hilera inacabable de contenedores soterrados que, estos sí, no los ha anulado la municipalidad.

Más abajo, superadas las obras de Miguel Fluiters y saludada la efigie del alcalde en su oficina electoral, llega uno a la Plaza de España. Allí, como muestra del patrimonio histórico de la ciudad se despliega ante nuestros ojos un banco sofisticado en su aparente sencillez:

Algún socarrón podrá plantear que la decrepitud de esas chapas y maderas que un día fueron reposo del viandante tienen su función, que es la de servir de contrapunto al brillo y esplendor de la cercana pasarela, recién arreglada, para acceder al Infantado. La otra, la de Aguas Vivas, sigue sin terminar, claro.

A la vista de lo visto surgen preguntas, de hondo calado existencial: ¿Se ha dejado esto así para hacernos pensar en que nada hay eterno bajo la capa del cielo? ¿La madera ajada quiere ponernos en relación con nuestra propias arrugas, presentes o futuras? ¿Es acaso un recurso artístico para acentuar la presencia de la Naturaleza en la ciudad, esa que tanto se deja ver en la feracidad vegetal de los solares sin edificar? ¿Pretenden que este canto a la decrepitud sea motivo de evocación e hilo argumental para algún cuentista en el próximo Maratón? ¿Acaso es una forma de que el banco sea mejor utilizado, con culos de ida y vuelta, contrapuestos en ambos lados y con espacio entre ambos individuos para garantizar que no hay roce físico impropio o comprometedor? O, simplemente, es una muestra más de lo difícil que es sacar adelante los asuntos del común en esta nuestra ciudad.

Deberíamos hacérnoslo mirar porque si de algo son síntoma y ejemplo estos bancos es de que el tiempo es efímero, como efímeros son nuestros políticos y nosotros mismos, administradores ellos de un tiempo que no les alcanza para dejar la ciudad en buen estado de uso ni a nosotros para disfrutarla, después de agotarnos en reclamárselo.

Algunos otros bancos están debidamente barnizados; estos, y muchos más, no. Será verdad que Guadalajara está más viva que nunca, según reza el mensaje oficial, y que por eso de lo que aquí hemos hablado no es de bancos reales sino de meros fantasmas espectrales, cadáveres urbanos que no deberían alterar el discurso oficial porque estas minucias, por más que se multipliquen acá y acullá, sólo las vemos quienes desayunamos cáscara amarga cada mañana.

Si hacer lo pequeño es tan difícil, alcanzar lo más ambicioso cómo será…


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