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25 abril 2024
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Cuarto trío de ases:
Los héroes del coronavirus en Guadalajara

Son tres, pero hay más como ellos. Desde nuestras casas no se les ve, hasta que los necesitamos. Luchan contra el coronavirus desde su puesto, para que lo esencial no se pare en esta España batida por la enfermedad y, a veces, la desesperanza. Su ejemplo nos da fuerza y también nos confirma en la certeza de que un día todo cambiará y volveremos a vernos en la calle, a abrazarnos y a ser todo lo que podemos ser. Sin máscaras. A corazón abierto. CUARTA ENTREGA.

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Fotos: Nacho Izquierdo
Textos: Augusto González

María Aguilera, trabajadora social en Cáritas

• Hay pocas cosas más tristes que un colegio sin niños. En Guadalajara, a los pasillos callados del «Badiel» les nació pronto el bullicio de adaptar el gimnasio para dar un techo provisional a los que no tienen ninguno. A quien no le cabe la tristeza en la cara es a María, cuya sonrisa pugna por salir de la mascarilla hasta llenar el aire sin siquiera asomarse. María, en su treintena, es más jovial que muchos viejos adolescentes. Si Benedicto XVI la viera así, confiaría un poco más en que algún día se haga posible algo de lo que escribió en la encíclica «Caritas in veritate», la caridad en la verdad. Sería hacer posible un mundo nuevo. O quizá es que esté empezando ya un nuevo mundo, ese que María lleva en ofrenda, dentro de una caja.

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Brayan Hernández, soldado de la UME

• Las guerras siempre las libraron viejos generales llevando al matadero a jóvenes casi imberbes. Hasta en eso han cambiado las cosas con el coronavirus. Brayan no empuña un subfusil sino la «matabi» llena de desinfectante. A sus 29 años está listo para vencer a un enemigo invisible, lo mismo que para servir a la patria que le acoge sin olvidar a la que le vio nacer. Eso es ser soldado en nuestros días de pandemia y desazón. Se está ganando sobradamente Brayan el pan y la panela, el sancocho y el cocido madrileño, el patacón pisao y la paella del domingo. Porque el futuro no tiene fronteras. Tampoco las tiene nuestro agradecimiento sin límites.

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Amador Salaices, puesto de frutas y verduras

A cara descubierta se nos planta Amador entre sus tesoros y eso ya de por sí bastaría para conmovernos en días como estos, en que hasta las mascotas llevarían mascarilla si sus dueños pudieran. Nos mira desde el Mercado de Abastos, ese que andaba agonizante mucho antes del coronavirus y que con la pandemia se ha convertido en un reservorio de esperanza. Ante semejante panoplia de colores y aromas uno solo puede desarmarse de pesimismos y confiar en que hay vida más allá de nuestros miedos. Y comprar lo que nos tiente, hincarle el diente, saborearlo, paladearlo, disfrutarlo, alimentarnos de nuestros recuerdos y de los sueños incumplidos. En eso está Amador cada día, tranquilo y a cara descubierta: en servirnos futuro, tras pesarlo en su báscula.

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