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2 octubre 2024
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JOSÉ LUIS HERAS CELEMÍN / Don Francisco Romero López, y Don

Por herencia, he ido disfrutando de las esencias exquisitas que, para mí, descubrió mi madre.

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Según Wikipedia: Francisco Romero López, Curro Romero, ‘Faraón de Camas’, nació el 1 de diciembre de 1933 en Camas. Empezó a torear, en La Pañoleta, de su pueblo, el 22 de agosto de 1957. Novillero con caballos el 8 de septiembre del mismo año en Utrera. Alternativa, en Valencia, el 18 de marzo de 1959 apadrinado por Gregorio Sánchez. Confirmó alternativa el 19 de mayo del mismo año con Pepe Luis Vázquez y Manolo Vázquez, con “Lunito”, un toro de Eusebia Galache. Dejó de torear en 1999. Tras 66 años de torero, homenaje cuando cumple 88 años.

Con don. Siempre con don, cuando empezó a merecerlo con sus verónicas, medias y naturales; y, después, por los siglos de los siglos. Amén. ‘Don’, santo y seña del ‘currismo’, una élite que, ni como palabra nueva, se atreve a censurar ni a cauterizar el corrector del ordenata.

Para llegar al ‘currismo’, hay varios caminos: Hallazgo buscado, al buen tuntún, estudiando despacio o de sopetón. Peregrinajes y viacrucis entre broncas y espantadas, con lluvia de almohadillas o sin ellas. Descubrimiento gradual de las esencias y doctrina de la fe antes de profesarla. Y, también, recibida por y en herencia. En mi caso, llegué al currismo con mi madre, excelsa para degustar el arte de Cúchares, en la Plaza de Toros de Medina del Campo.

Fue una corrida que no ha pasado a la historia, en la Feria de San Antolín, al comenzar septiembre de un año cualquiera, hacia mil novecientos setenta y algo. Curro Romero, dicen las crónicas, no cortó orejas aquella tarde en Medina del Campo. Pero, avisado por mi madre mientras toreaba, yo vi y viví lo que sería mi acceso al currismo. “Si no lo es, puede que ésta sea la mejor faena de toros que vayamos a ver en nuestra vida”, dijo mi madre tras el primer toro de Curro. Y lo fue. La espada impidió trofeos, pero no estropeó nada. Unas verónicas que el tiempo ha elevado a las cotas de lo sublime, dibujadas con una muleta pequeña. Cuatro naturales ni feos ni bonitos, pero únicos. Y una sensación, filial, que nació entonces y se ha ido alimentando en mí, con Curro Romero o a pesar de él. Después, por herencia, he ido disfrutando de las esencias exquisitas que, para mí, descubrió mi madre.

A Curro lo he visto unas decenas de veces en la plaza; otras, muchas más, en la tele. Disfrutando o sufriendo, según el caso. Pero hay una realidad ‘currista’, que viví en la Maestranza picuda de Sevilla hace unos años, que quiero recordar como homenaje cuando el Faraón de Camas acaba de cumplir 88 años: Pascua de Resurrección, invitación del amigo Paco Vargas; estatua de Curro en la calle; y, a mi lado en un tendido bajo, en medio de una corrida sosa, un lamento con acento sevillano: ¡“Sin Curro”!, ¡Don Francisco Romero López, y don!

Afecto, conversación y la convicción de un currista que argumentaba: “la estatua de la calle pesa demasiado y no es cosa de moverla. Por eso, habría que hacer un estandarte, que pesa menos, con la figura de la Macarena por una cara y con la de Curro Romero detrás. Paseillo con monosabios. Ovación y una vuelta al ruedo, o dos. Garbeo por el albero. Y la Maestranza contenta.

– ¡Ole!, don Francisco Romero y López, dije.
-“No – corrigió el vecino – Don Francisco Romero López, y don.
Sea: Don Francisco Romero López, y don.


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