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25 abril 2024
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EDITORIAL / Guerra al coche en Guadalajara

La historia se escribe así. Cuando le llegue el próximo recibo del coche, de ese que usa con creciente cargo de conciencia ecológica, ese que tanto esfuerzo le cuesta pagar y que en unos meses le será aún más complicado aparcar, acuérdese de estas líneas.

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La noticia está ahí: van a quitar todas las plazas de aparcamiento de la calle Miguel Fluiters y en su lugar, poner alcorques en una acera más ancha. Y dentro de los alcorques, se supone que plantarán árboles y los cuidarán mejor que el resto de alcorques vacíos de la ciudad, para que den sombra al duro pavimento con el que suelan y asolan desde hace décadas esta capital.

Todo eso es un suponer, porque aunque el proyecto ya está redactado hay que cuadrar los intereses electorales de quienes ahora rigen el Ayuntamiento de Guadalajara con el calendario de la Unión Europea y la implantación de la anunciada Zona de Bajas Emisiones. Demasiado para algunos cuerpos y, sobre todo, para algunas cabezas.

Árboles por coches. La idea suena bien, porque ¿quién puede negarse a dejar de contaminar? ¿quién es capaz de apostar por ensuciar nuestro planeta en vez de disfrutarlo entre flores y animales? El problema, como el diablo, está en los detalles.

Antes de que algunos se apresten a a convencernos de que nos están salvando de la hecatombe universal por la vía de los pequeños gestos locales, recordar que el primero que peatonalizó en Guadalajara fue Javier de Irízar, hace 41 años, en plena Calle Mayor. Ciertamente, muchos fueron los cabreados, pero no consta que ningún vecino muriera del berrinchín ni siquiera al comprobar que los adoquines que sustituyeron al asfalto eran una fuente inagotable de tropezones. Y aun así, con tanta historia como llevamos andada, todavía vendrán los que se nos presenten como salvadores celestiales del medio ambiente urbano de Guadalajara por esta y otras actuaciones, que están en ciernes y que pronto se anunciarán.

Si después de cuatro décadas aún hay dudas sobre las peatonalizaciones que se plantean en esta extraña ciudad de Castilla, concederá el lector que quizá es que tenemos algún problema. O varios, más bien, para sospechar que llevamos toda una vida trabajando a base de arreones y (casi) nunca bajo un plan bien organizado.

En primer lugar, falta lo que los técnicos pedantes llaman el «marco general». Guadalajara tiene un Plan de Ordenación Municipal apolillado, inútil para el presente y mucho menos para trazar el futuro, que es para lo que se redactan. El Ayuntamiento, con Antonio Román como alcalde, se lo encargó a José María Ezquiaga, que ha terminado cobrando una buena cantidad de dinero por no hacer nada y al que este diario intentó entrevistar, sin éxito. 

En segundo término, las elecciones de 2023 ya marcan un supuesto camino de redención para Alberto Rojo e incluso para su socio Rafael Pérez Borda, que pueden convertir la oleada de obras, obritas y obrones que se avecinan en un camino de perdición tanto para las arcas municipales como, sobre todo, para la tolerancia y paciencia de sus administrados. Los mejor informados ya están atónitos por lo mucho ya prometido y olvidado y lo que se intuye que están ahora por anunciar. Muchas son las pruebas que nos manda el Señor y muchas más las que nos seguirá mandando. 

Y en último lugar está el problema que suponemos muchos de nosotros para nosotros mismos. Porque tener coche no es un delito, pero amenaza con serlo… al menos en términos cívicos. Parece que no sabemos (o no tenemos el derecho a) administrarnos por nosotros mismos sin la tutela de alguna autoridad.

El que se compró un coche diésel y ahora se siente como un imbécil en la gasolinera, donde le cuesta riñón y medio llenar el depósito; el que tiene sus cuatro ruedas (porque en el maletero ya ni ponen la de repuesto) pendiente de pagar y con letras para lo que resta de década; el que prefiere acercarse a Madrid conduciendo en lugar de apiñado en un Cercanías confraternizando con las axilas de los congéneres; el que decidió irse a vivir al chalecito de Fontanar, Marchamalo, Cabanillas, Chiloeches o incluso El Clavín cuando no había suelo disponible en la Guadalajara de José María Bris y necesita una forma, autónoma, de desplazarse cada día para llegar al trabajo, en la ciudad; el que no encarga al «Mercadona» que le traigan la compra sino que la carga en su maletero en el Balconcillo, que es a donde nos mandan ahora –en coche, claro– para elegir donde abastecernos en la calle Méjico… a esos y a tantos otros les van a explicar que quitar las plazas de aparcamiento de la calle Miguel Fluiters es bueno para el planeta e inofensivo para ellos, como intentarán hacerlo cuando se planteen sanciones por entrar en esa «almendra» central y crecientemente deshabitada de Guadalajara que será la anunciada Zona de Bajas Emisiones.

En Europa, a la que tantos miramos siempre con arrobo y a veces implorando un auxilio de inteligencia que casi nunca llega, se ha extendido de forma inexorable la proscripción del vehículo privado. Para llegar a ese punto quizá haya contribuido sobremanera que sus atascos, los de ellos, son mucho más desesperantes que los nuestros. 

Sea como fuere, la historia se escribe así. Cuando le llegue el próximo recibo del coche, de ese que usa con creciente cargo de conciencia ecológica, ese que tanto esfuerzo le cuesta pagar y que en unos meses le será aún más complicado aparcar, acuérdese de estas líneas.

En LA CRÓNICA ya le habíamos avisado.

Calle de Miguel Fluiters, en Guadalajara, donde se  quitarán plazas de aparcamiento para ensanchar la acera y plantar árboles. (Foto: La Crónic@)
Calle de Miguel Fluiters, en Guadalajara, donde se quitarán plazas de aparcamiento para ensanchar la acera y plantar árboles. (Foto: La Crónic@)

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